
Beato Pier Giorgio Frassati
Pier Giorgio Frassati, nació en Turín el 6 de abril de 1901. Era enemigo de la mentira, leal a la palabra dada y compasivo. Pero en la bondad de ese temperamento también aparecen defectos, que con la educación recibida en el hogar logra corregirlos. Consigue desarrollar su inteligencia, hasta llegar a ser poco a poco tan ágil y tan diligente que supera con éxito todas las dificultades de sus estudios en el instituto, y más tarde en la Escuela Superior de Ingeniería.
Estudiar se convierte para él en la primera de las obligaciones, ante la cual todas las demás actividades quedan en segundo plano. Pero, a causa de ese ardiente temperamento, la batalla es dura. ¡Qué suplicio estar horas y horas delante de austeros manuales, cuando su pasión por la montaña le habría empujado a realizar alguna pintoresca excursión! Pero para él las dificultades son una ocasión de progreso moral. Ante una contrariedad, en lugar de bajar los brazos, repone sus energías y vuelve al trabajo con coraje. Saca fuerzas de la oración. Desde su más tierna infancia sigue siendo fiel a las oraciones de la mañana y de la tarde, que realiza de rodillas. Enseguida sigue con el Rosario y, más tarde, será visto por todas partes desgranando las decenas, en el tren, junto a la cabecera de un enfermo, durante un paseo, en la ciudad o en la montaña. Porque a él le gusta conversar de esa forma tan afectuosa con la Madre del cielo.
Esa relación directa que establece con Dios le confiere una madurez excepcional. Por eso impresiona a las almas con esa manera tan suya, sencilla y resuelta, de vivir su catolicismo: sin ninguna ostentación, con una tranquila seguridad. En una carta a un amigo íntimo, escribe lo siguiente: «¡Desdichado el que no tiene fe! Pues vivir sin la fe, sin ese patrimonio que hay que defender, sin esa verdad que sostener con la lucha de todos los días, eso no es vivir, sino malgastar la vida. A nosotros no se nos permite simplemente subsistir, sino que nuestro deber es vivir. Así pues, ¡basta de melancolías! ¡Arriba los corazones y adelante siempre por el triunfo de Jesucristo en el mundo!».
A los estudiantes católicos, acomplejados porque se consideran seres disminuidos y condenados a vivir al margen de la vida moderna, les enseña, más con su vida que con argumentos, que eso no tiene importancia. En un mundo egoísta y avinagrado, él rebosa de alegría y de generosidad. Efectivamente, la verdadera felicidad de la vida terrenal consiste en buscar la santidad a la que todos somos llamados. Esa es la respuesta correcta a la incesante invitación del mundo: «¡Aprovechaos de la vida mientras seáis jóvenes!».
Para guardar su pureza, debe superar horas de lucha implacable y penosa, ignoradas por todos, salvo por algunos íntimos. En medio de una situación social y política muy tensa, Pier Giorgio participa en las actividades de varias asociaciones públicas, donde no tiene reparos en presentarse como católico convencido.
Si se dispone a salir a la montaña, se prepara por lo que pueda pasar: «Antes de partir hay que tener siempre la conciencia tranquila, dice a menudo, pues nunca se sabe...».
El martes 30 de junio de 1925 se va con unos amigos a dar un paseo en barca por el río Po. La excursión es deliciosa pero, al cabo de cierto tiempo, Pier Giorgio se queja de un tremendo dolor en los músculos de la espalda. Una vez en casa, experimenta un fuerte dolor de cabeza. Llamados por la familia, tres médicos acuden a la cabecera del enfermo y confirman el fatal diagnóstico: poliomielitis aguda de naturaleza infecciosa. El 4 de julio, hacia las tres de la madrugada, un sacerdote acude a administrarle los últimos sacramentos. La parálisis alcanza poco a poco las vías respiratorias. La señora Frassati sostiene a su hijo en brazos, ayudándole a morir en el nombre de Jesús, José y María.
Fuente: Dom Antoine Marie, Cartas Espirituales, Abadía San José de Clairval.