
Pozo de la casa de Lucía
Tercera aparición del Ángel (Segunda parte)
Buen día estimado amigo. Hoy vamos a concluir con el relato de la última aparición del Ángel a los pastorcitos.
Hemos dicho que los pequeños vieron al Ángel que se acercaba a ellos portando la Santa Eucaristía y que, postrándose en adoración, les enseñó un acto precioso de reparación, que puedes leer en la anterior entrega de esta serie.
Luego de eso, nos comenta Sor Lucia que pasó lo siguiente: “Después se levanta, toma en sus manos el Cáliz y la Hostia. Me da la Sagrada Hostia a mí y la Sangre del Cáliz la divide entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo: -Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.
Y postrándose de nuevo en tierra, repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: Santísima Trinidad…etc. Y desapareció. Nosotros permanecimos en la misma actitud, repitiendo siempre las mismas palabras; y cuando nos levantamos, vimos que era de noche y, por tanto, hora de irnos a casa”.
Hasta aquí el relato de Sor Lucia. En esta oportunidad nos podemos quedar considerando la última frase dicha por el Ángel: “Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.
Nuevamente aparece el tema de la reparación, que es una constante en casi todas las apariciones en Fátima; es como si el Cielo mismo nos estuviera repitiendo una y otra vez, para que nuestros endurecidos corazones lo comprendan bien, que es necesaria y urgente una auténtica reparación de las ofensas que a diario y a cada instante se cometen contra el Sacratísimo Corazón de Jesús. Y, una vez más, te propongo que consideremos qué hacer, qué ofrecer como acto de reparación.
Pues, ante todo, inmolar la propia vida, con todo lo que ella trae consigo: dolores, alegrías, enfermedad, salud, prosperidad, pobreza, etc.; como así también las actividades diarias, el trabajo pesado, el compañero o el amigo fastidioso, los imprevistos que tanto molestan y, sobre todo, tratar de cumplir con la mayor perfección el deber de estado de cada uno: el esposo, la esposa, el religioso, el sacerdote; cumplir todo a la perfección por amor, ofreciéndolo como acto de reparación. Luego podemos ofrecer alguna otra pequeña mortificación, por ejemplo en la comida, con la intención de reparar el Amor Divino ofendido.
Ánimo, pues. Transformemos cada acto simple de la vida diaria en una ofrenda perfecta como reparación por nuestros pecados y por la conversión de los pecadores. Y recuerda durante el transcurso del día las palabras del Ángel, que también están dirigidas a ti y a mí: “Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.