Beato Carlos de Austria: "cumplir la voluntad de Dios en todo" (III)

Posted by: Corim

Carlos I de Austria 06 Familia exilio

Hemos considerado ya gran parte de la vida de nuestro beato; desde su nacimiento, pasando por su juventud y su matrimonio con Zita de Borbón, y finalmente habíamos llegado a la etapa de su transformación como Emperador de Austria-Hungría. También habíamos considerado el gran amor que el Emperador profesaba por la Santa Iglesia, por el Papa, y principalmente su devoción a Jesús y María Santísima.
Ahora, ya casi al final del relato del proceso de beatificación, veremos sus últimos días como emperador, y en una próxima y última entrega, veremos algunos de los detalles edificantes de  su santa muerte en la isla de Madeira, donde vivió sus últimos días como exiliado.

En el contexto de la terrible primera guerra mundial; ya en el año 1918, Europa se encuentra en plena transformación política, nacen nuevas naciones y caen monarquías e imperios de gran tradición cristiana, podemos decir que se fue destruyendo sistemáticamente reinos e imperios, principalmente el Imperio Austro-Húngaro, que eran el baluarte y la defensa del cristianismo; para dar paso a gobiernos que muchas veces enfrentaron y enfrentan a Dios y a su Santa Iglesia queriéndola destruir. En este trasfondo vemos al beato abrumado por presiones de todo tipo, y acorralado en su palacio de Schönbrunn. Una serie de sucesos lamentables desembocan en una decisión, para evitar un derramamiento de sangre innecesario, bajo la presión de sus ministros: el Emperador firmó el siguiente manifiesto el 11 de noviembre de 1918:
“Siempre lleno de amor inmutable a todos mis pueblos no deseo limitar su libre desarrollo. Reconozco de antemano lo que Austria alemana decida con respecto a la elección de su futura forma de gobierno. El pueblo ha asumido el poder a través de sus representantes. Renuncio a cualquier participación en el gobierno del estado. Al mismo tiempo, líbero mi gobierno austríaco de su mandato”. El Conde Ottokar Czernin constato lo siguiente: “En el derrumbe de la monarquía el siervo de Dios, como en todas las demás situaciones, mostró un comportamiento digno de admiración. No renunció al trono, pues desde su punto de vista por la Gracia de Dios le había sido dado como una obligación de la que no podía huir. Renunció provisionalmente al ejercicio de sus derechos de Soberano y aceptó todo lo que le pasaba en aquel entonces como Voluntad de Dios. El único deseo del siervo de Dios, también en esta situación, era evitar cualquier derramamiento de sangre. Estaba imbuido del principio cristiano del amor al prójimo. Por eso solo podía actuar de esta manera y de ninguna otra.” Al día siguiente, el 12 de noviembre se proclamó la República y el fin de la monarquía. Carlos tuvo que abandonar Viena esa misma noche.

Ya en medio del exilio, lejos de su casa, y abandonado por casi todos, nos da muestras de su Fe inquebrantable y de su confianza en Dios; el 31 de diciembre, cantó el cántico de acción de gracias, el TE DEUM, como todos los años; declaró que precisamente en este año Dios le había dado señales especiales de su Bondad, que incluso le había colmado de ellas. El año fue duro, cierto, pero podría haber sido mucho más trágico. Y, si aceptamos lo bueno de la mano de Dios tenemos que aceptar tanto más lo más doloroso con la misma gratitud.
Cuando su hermano Max y otros tres archiduques fueron a su casa para convencerlo de abdicar para evitar una confiscación de los bienes de la familia, el siervo de Dios sólo respondió que la corona no se vendía por dinero.

Luego de varios destinos, de angustias y desconcierto, el Emperador y su esposa llegaron a la isla portuguesa de Madeira. El beato estaba completamente sometido a la Voluntad de Dios, más aún, ya antes de su enfermedad mortal comprendió que Dios esperaba de él el sacrificio de su vida. Y ofrecía este sacrificio con valor y gusto porque Dios lo quería así. Si, ofreció el sacrificio de su vida a Dios por su propia voluntad y por el bien de la Iglesia y de las almas inmortales.
El 19 de febrero, se mudaron a una casa nueva, absolutamente inapropiada para la estación fría y brumosa, por su equipamiento. Era casi imposible calentarla y extremadamente insalubre vivir en ella.
Con amor y serenidad, como siempre, pasaba día tras día con su familia y dedicaba gran parte de su tiempo a la educación y formación de sus hijos, especialmente de los mayores; les enseñaba el catecismo, la historia de la salvación, la vida del Señor; hacia todo lo posible para orientar sus almas y su espíritu hacia Dios.
El obispo Antonio Homen de Gouveia se acuerda de aquella época:
“En el trato diario con Su Majestad admiraba su extraordinaria Fe activa. Todo lo que hacía lo sometía a la Voluntad Divina. Con la mayor sumisión soportaba todos los fracasos y percances sin decir jamás una palabra de amargura contra sus enemigos. Incluso intentaba disculparlos, viendo en ellos herramientas de la Providencia Divina. Pasaba largas horas de la noche ante el Santísimo en la capilla familiar. Y nunca decidía asuntos importantes, por muy urgentes que fueran, sin antes consultar con el Santísimo Sacramento”.

Para concluir esta parte de la vida del Beato Carlos, recordemos un punto fundamental: el Emperador no abdicó en ningún momento, ni siquiera tuvo la intención de hacerlo; él comprendió que su soberanía era dada como una misión de parte de Dios, y por lo tanto quería cumplir su voluntad hasta el último momento; sólo renunció al ejercicio del gobierno de sus pueblos, y será Emperador de Austria-Hungría hasta su muerte, la cual ofrece por todos sus pueblos.

En los próximos días, hablaremos de su santa y heroica muerte.