Con María siempre y en todo hay esperanza (I)

Por Un Monje Benedictino

Virgen de Luján 01 (04)

Hoy celebramos la Solemnidad de Ntra. Sra. de Luján, Patrona de la Argentina, que es la Inmaculada Concepción. Y no es casual que Ntra. Sra. de Guadalupe, Patrona de América, sea también la misma Inmaculada Concepción. Ambos signos son el mismo y único Signo fundamental de la Mujer que describe San Juan en el Apocalipsis, en quien la Iglesia, y la tradición expresada en la liturgia, contemplan el misterio de la Inmaculada con todo su fulgor.
Estos son hechos providenciales maravillosos, el Dedo de Dios quiere decirnos mucho: que María con su intercesión y amor maternal puede cambiar todas las cosas consiguiendo que Dios Padre, por medio de la Pascua de su Hijo renueve todas las cosas. Por ello, poco después de la intervención de la Mujer de Apocalipsis 12, aparecen los cielos nuevos y la tierra nueva, un mundo nuevo, y Cristo aparece en la gloria afirmando:
Mira, que hago un mundo nuevo (Ap 21, 5). Es que siempre Cristo, en virtud de la intercesión de su Madre, renueva todas las cosas.

María, está cerca de nosotros en todas las situaciones límites, del mundo, de la Argentina, de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestras personas, de nuestra vocación, de nuestras almas. Todos, alguna vez en la vida sentimos la tentación de la desesperación, de bajar los brazos, de no ver el horizonte. En esos momentos Dios nos da a todos y a cada uno a una Mujer, como signo de salvación y esperanza, y Cristo nos vuelve a decir señalándonos a María Santísima:
«Aquí tienes a tu madre». Si escuchamos la Voz de Dios en el Génesis y el Apocalipsis, y la voz de Cristo desde la Cruz, aparecerá la luz de la esperanza, y se cumplirá aquello de la primera lectura de hoy (Cfr. Is 35, 1-6a.10):

¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!: él mismo viene a salvarlos.». Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán.

Orden original: Lo publicado aquí es la tercera parte del artículo. La primera y la segunda se publicarán próximamente.