Con María siempre y en todo hay esperanza (III)

Por Un Monje Benedictino

Virgen de Luján 01 (04)

Tanto en el Génesis como en el Apocalipsis, Dios da como esperanza de salvación a una Mujer cuyo Hijo vencerá todos estos males: en el Génesis es una Mujer prometida; en el Apocalipsis, es la llegada de esa Mujer que cumple la promesa. En el primero la promesa en esperanza, en el segundo, la promesa cumplida. La esperanza que llega es una Mujer embarazada, vestida de sol, que sufre dolores de parto y al dar a luz a su Hijo, que gracias a Ella, y Ella gracias al Hijo, vencen al demonio: Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles (Ap 12, 9).
En el ícono de Apocalipsis 12, la Mujer está embarazada de Cristo, el Salvador y la salvación; vestida de sol, porque nos trae la luz de su Resurrección. Esta Mujer
gritaba de dolor porque iba a dar a luz (Ap 12, 7). Porque fue asociada místicamente al parto de dolor de la Cruz redentora de su Hijo, cumpliéndose en Ella lo que le había dicho Simeón: ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! (Lc 2, 35)

En este sentido, este pasaje del Apocalipsis nos conecta con el dolor del Calvario, el dolor del Hijo y de la Madre, el dolor del Redentor y el dolor de la Corredentora; expresado en el Evangelio de esta Solemnidad cuando dice:
Junto a la cruz de Jesús, estaba su Madre (Jn 19, 25). Y para que todos los hombres experimentemos este Misterio de salvación de Cristo con su Cruz gloriosa, es el mismo Señor quien señala el camino: la maternidad de María: Al ver a la Madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» ( Jn 19, 26).

La salvación depende de la Maternidad de María: como Madre de Dios, y como Madre nuestra. Y si bien Jesús desde la Cruz proclamó que María es nuestra Madre:
Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre.», no obstante, esto solo, no es suficiente para salvarnos, sino que requiere que nosotros la aceptemos como Madre, por eso dice S Juan: desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Recibir en la casa a María es aceptarla con amor filial, dentro del propio corazón, con confianza, con entrega total del alma y cuerpo, de la vida y de todo. Hemos de creer que es nuestra Madre y estamos llamados a ser sus hijos por el amor.

Por tanto, en los momentos que la humanidad parece que va a perecer, y que todo está ya perdido, Dios pone a una Mujer, a María Ssma.
como signo de esperanza y de consuelo, según la expresión de la Lumen Gentium (n. 68). Ella intercede por nosotros, para evitar esta destrucción, para darnos la paz, para que el mundo no perezca; para que la humanidad no se destruya a sí misma por el pecado, la muerte y el odio; para detener el mal en todas sus formas. Siempre que -repito- nosotros la amemos filialmente y le confiemos nuestra vida, nuestro país, nuestra salvación, nos convirtamos y le oremos sin cesar.