El Examen de conciencia (I)

Posted by: Laudem Gloriae

Examen 01 (01)

Proyecta, Señor, sobre mi alma un rayo de tu luz para que me vea como Tú me ves y me juzgas.

Si queremos asegurar a nuestra vida interior un desarrollo ordenado y progresivo, es necesario que tengamos conciencia de nuestras propias posiciones, o sea, de nuestros pecados, de los puntos débiles y malas inclinaciones, así como de los progresos realizados, de los buenos resultados obtenidos y de nuestras buenas tendencias. Esto se consigue por medio del llamado examen de conciencia, que bajo este punto de vista, debe ser considerado como uno de los ejercicios más importantes de la vida espiritual, pues ayuda al alma a eliminar todo aquello que puede obstaculizarla en su camino hacia Dios, estimulándola a acelerar su marcha hacia Él.

Como no es posible hacer la guerra a un enemigo desconocido ni se puede conquistar una región ignota, tampoco se podrá combatir al mal en nosotros si antes no lo individuamos, ni conquistar la santidad sin haber estudiado el plano más apto para alcanzarla.
En otras palabras, el examen de conciencia consigue su finalidad cuando el alma que lo practica puede decirse a sí misma: éstas son las inclinaciones que mayormente debo vigilar para no caer en pecado, estos los puntos débiles que debo reforzar; y, de la otra parte, éstas son las buenas tendencias que debo cultivar, éstas las virtudes que principalmente debo ejercitar. De este modo podrá el alma formular propósitos prácticos bien determinados, que serán después objeto peculiar de ulteriores exámenes.
Es evidente que ante todo deberán ser bien conocidas y combatidas las inclinaciones que puedan conducir al pecado mortal; pero también han de serlo las que llevan al pecado venial o las simples imperfecciones voluntarias. Un alma que quiere llegar a la unión con Dios debe ir eliminando progresivamente, pero con decisión todo aquello que significa falta o imperfección voluntaria.

“¡Oh Dios del alma mía! ¿Quién soy yo, pobre pecador? ¿Hay culpa que no haya cometido con mis acciones, y, si no con mis acciones, con mis palabras, y, si no con mis palabras, con mi voluntad? Pero Tú, Señor, eres bueno y tu diestra está llena de misericordia.
¡Oh médico del alma mía! Revélame los frutos de mi confesión. Yo me confieso para que la confesión de mis males…despierte mi corazón y no se duerma; y al decir “no me siento capaz”, aumente la confianza de mi alma en el amor de tu misericordia y en la dulzura de tu gracia, con la cual todo espíritu enfermo se siente fuerte, aun teniendo conciencia de su debilidad.
Te amaré, ¡oh Señor!; te daré gracias y ensalzaré tu nombre por haberme perdonado tantas acciones malas. Fue obra de tu gracia y de tu misericordia el que mis pecados se deshiciesen como el hielo. Y es también obra de tu gracia todo el mal que no he cometido.
¿Por ventura hay algún pecado que yo no supiese cometer, yo que he llegado a amar la culpa por el solo gusto de cometerla? Y confieso que todos mis pecados me fueron perdonados, todo lo que cometí libremente y lo que por tu gracia no llegué a cometer.” (San Agustín)

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina