El amor de Dios ha de extenderse al prójimo I

Posted by: Ioseph

Santa Isabel de Hungría 01 (01)

“Yo os he puesto al lado de vuestro prójimo para permitiros hacer por él lo que no podéis hacer por Mí: amarlo con desinterés sin esperar de él ningún reconocimiento. Yo considero entonces como hecho a Mí mismo lo que hacéis por el prójimo” (Ntro. Señor a Santa Catalina).

La caridad fraterna que nos ordena el Señor es muy diferente de la inclinación natural, que nos mueve a hacer el bien al prójimo en razón de sus buenas cualidades naturales y de los favores que de ellos hemos recibido, haciendo que amemos a nuestros bienhechores, despreciemos a los que nos hacen mal y permanezcamos indiferentes ante la suerte de los demás. El motivo o razón de la caridad es algo muy diferente y muy superior; la prueba está en que debemos, como dice nuestro Señor, “amar aun a nuestros enemigos, hacer bien a los que nos aborrecen y orar por los que nos persiguen”. “Si sólo amáis a los que os aman, ¿en qué os diferenciáis de los paganos?”

La virtud de caridad es una sola, cuyo acto principal se dirige a Dios, al cual debemos amar sobre todas las cosas, y los actos secundarios se refieren a nosotros y al prójimo. ¿Mas, cómo será posible tener amor divino para con los hombres, tantas veces imperfectos como nosotros?
La teología responde con un ejemplo muy sencillo. Aquel que ama intensamente a su amigo, ama con el mismo amor a los hijos de este amigo; y les ama porque ama a su padre, y por su causa les desea el bien; por amor al padre, les ayudará si lo necesitan, y les perdonará si por ellos es ofendido.
Siendo, pues, todos los hombres hijos de Dios por la gracia, o al menos destinados a serlo, a todos los hombres debemos amar, aun a nuestros enemigos, con amor sobrenatural, y desearles la misma dicha eterna que deseamos para nosotros. La caridad es por tanto un lazo sobrenatural de perfección que nos une a Dios y al prójimo.

Este amor sobrenatural de caridad es bastante raro entre los hombres, porque muchos andan tras su interés antes que todo, y escuchan de muy buena gana aquel dicho antiguo: "ojo por ojo y diente por diente".
El precepto de la caridad fraterna estaba relegado al olvido antes de Jesucristo; por esa razón debió insistir mucho sobre este mandamiento. Lo enseñó desde el principio en el sermón de la montaña (Mt 5, 38-48); no se cansó de volver sobre él, sobre todo en su último discurso antes de morir (Jn 13, 34; 15, 12-17). S. Juan, en sus Epístolas, y S. Pablo no cesan de repetirlo.

Mas para llegar a amar sobrenaturalmente al prójimo en cuanto es hijo de Dios, es preciso mirarlo con los ojos de la fe y decirse: este hombre, de carácter y temperamento tan opuestos al mío, "ha nacido no solamente de la carne y de la sangre, o de la voluntad del hombre, sino que, como yo, ha nacido de la voluntad de Dios", o está llamado a nacer de ella, a participar de la misma vida divina, a la misma felicidad que yo.
Principalmente en un ambiente cristiano, podemos y debemos decirnos a propósito de aquellos con quienes simpaticemos menos: esta alma es, a pesar de todo, templo del Espíritu Santo, tal vez más amiga de su Corazón que yo. ¿Y cómo no amarla, si amo de verdad a Dios nuestro Padre común? Si no la amo, mi amor de Dios es una mentira. Mas si, por el contrario, la amo de verdad, entonces es cosa cierta mi amor de Dios.