El amor de Dios ha de extenderse al prójimo II

Posted by: Ioseph

San Felipe Neri 01 (01)

Un joven israelita, hijo de un banquero de Viena, tuvo ocasión, un día, de vengarse del mayor enemigo de su familia; en el momento preciso en que iba a realizar su venganza, se acordó de estas palabras del Evangelio que algunas veces leía: "Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.” Entonces en lugar de vengarse, perdonó de corazón, e, inmediatamente recibió la gracia de la fe, creyó en el Evangelio, y poco tiempo después ingresaba en la Iglesia, católica, haciéndose sacerdote y religioso. El precepto de la caridad fraterna lo había salvado.

Ante la presencia de un adversario, hemos de decirnos: yo puedo y debo amarle con el mismo amor sobrenatural con que amo a Dios, porque debo amar en él la imagen de Dios, la vida divina que hay o puede haber en él y la gloria que está llamado a dar a Dios. Por tanto, jamás debemos olvidar que, así como la vista no vería los colores sin antes tener la luz, no podríamos amar con amor sobrenatural a los que son hijos de Dios, si antes no le amásemos a Él de esa manera.

Pero, ¿se trata verdaderamente de amar al hombre? ¿O se trata de amar a Dios en el hombre, como se admira un diamante encerrado en un estuche?
En realidad, la caridad no ama solamente a Dios en el hombre, sino al hombre en Dios, al hombre mismo por Dios. Ama verdaderamente aquello que el hombre debe ser, miembro eterno del Cuerpo místico de Cristo, y hace todo lo que está en su mano por hacerle conquistar el cielo. Ama asimismo, y ya desde ahora, lo que el hombre es ya por la gracia; y si está privado de ella, ama en él su naturaleza, no en cuanto está caída, desequilibrada, desordenada y hostil a la gracia, sino en cuanto es imagen de Dios y apta para recibir el injerto divino de la gracia, que la hará semejante a Dios.
En una palabra, la caridad ama al hombre mismo, pero por Dios, por la gloria que está llamado a darle un día.

Pero la caridad está lejos de ser un amor imaginario e ineficaz: amamos si nuestros actos son prueba del amor. Por eso la caridad es acción, y acción al servicio de Dios y de los hombres. Nos dispone a juzgar bien al prójimo y a condescender en sus modalidades en todo aquello que no vaya contra los mandamientos divinos, buscando siempre y en todo su mayor bien, sin olvidar que no hay bien mayor que la unión con Dios.

Pidamos a Dios la gracia de crecer cada día en el amor a Él y al prójimo. Que sepamos imitar a Jesucristo que, siendo Dios, quiso hacerse hombre para enseñar a los hombres el camino que lleva a Dios. Y este camino no es otro que el de la caridad.