El discernimiento de los espíritus (I)

Por Un Monje Benedictino

San Ignacio de Loyola 01 (01)
San Ignacio de Loyola

En las lecturas de este domingo, Isaías, S. Pablo y S. Pedro escuchan la Voz de Dios, y a la vez otra voces contrarias a las demandas de la Voz divina. En la primer lectura (Is 6, 1-2a. 3-8), Isaías escucha la voz de su propia carne, que lo llena de terror cuando experimenta la majestad de Dios en los cielos: Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros. Pero, inmediatamente un serafín toma una brasa del altar, y con ella: Él le hizo tocar mi boca, y dijo: «Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado». Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?» Yo respondí: «¡Aquí estoy: envíame!».

En la segunda lectura San Pablo dice:
he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí. El Apóstol se refiere a la voz que escuchaba en su interior antes de su conversión, que le impulsaba a matar y perseguir a la Iglesia. Y a la voz de Cristo cuando se le aparece en Damasco, que le pregunta por qué lo perseguía y le indica qué debe hacer.


En cuanto al Evangelio, San Pedro escucha la voz de Jesús que le invita a echar las redes para pescar, mientras escucha la voz de su razonamiento lógico para el cual es imposible pescar algo en ese momento cuando acaban de llegar después de pasar toda una noche intentando inútilmente pescar algo:
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echad las redes». Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.

Por tanto, en las lecturas de hoy, a Isaías, a S. Pablo y a S. Pedro les habla Dios, y a la vez escuchan otras voces que les arrastran a no escuchar al Señor. Ellos disciernen cuál es la voz de Dios la escuchan y la siguen. De esta manera, la liturgia nos introduce en un tema capital para la vida espiritual. Se trata del discernimiento de las voces que nos hablan, lo cual ha preocupado a los santos y hombres de Dios y a la Iglesia en todos los tiempos, ya que de él depende nada más ni nada menos que el conocer la voluntad de Dios cada día; el descubrimiento de nuestra vocación en la tierra, nuestra salvación eterna, nuestra santificación, y las luces divinas necesarias a los que tienen autoridad para guiar a sus súbditos hacia la voluntad de Dios y no hacia su propia voluntad o a la de otros espíritus que no sean Dios.

Cada uno de nosotros, mientras vivamos en la tierra, escucharemos cada día innumerables veces tanto la voz de Dios, como otras voces diferentes o contrarias a la Voz divina. Los antiguos hablan de
voces, pensamientos o espíritus, y ya en el s IV, S. Antonio abad tomó conciencia de lo importante que es saber discernir estas voces, e inició la doctrina de la diácrisis o ciencia del discernimiento de las voces que nos hablan, para que no nos confundamos y sigamos la Voz de Dios. En el s XIII S. Bernardo hablará de la discretio de los diferentes espíritus. Y al llegar el s XVI esta enseñanza acabará de elaborarse cuando S. Ignacio de Loyola, desarrolle el discernimiento de los espíritus, en sus famosos Ejercicios.