El divino Sembrador

Posted by: Laudem Gloriae

Divino Sembrador 01 (01)

El Evangelio de hoy (Lc. 8,4-5), domingo de sexagésima (según el calendario antiguo del rito romano), presenta cuatro categorías de personas que reciben de modo diverso la simiente de la divina palabra, y las compara: al camino pisoteado, al suelo pedregoso, a la tierra espinosa y, finalmente al buen terreno.

Camino pisoteado: son las almas ligeras, disipadas, abiertas como el camino a cualquier distracción, ruido y curiosidad; abiertas al paso de cualquier criatura y de cualquier afecto terreno. Apenas la palabra de Dios llega a su corazón, el enemigo, que encuentra siempre libre el acceso, la arrebata sin dejar arraigar.

Suelo pedregoso: son las almas superficiales, en las cuales el buen terreno se reduce a una capa ligera que el viento de las pasiones se llevará muy pronto juntamente con la buena semilla. Estas almas se entusiasman fácilmente, pero no saben perseverar, “cuando llega la hora de la tentación se vuelven atrás”. No saben perseverar porque no tienen el valor de abrazar las renuncias y los sacrificios necesarios para mantenerse fieles a la palabra de Dios y ponerla en práctica en cualquier circunstancia. Su fervor es fuego de paja que languidece y se apaga ante la más pequeña dificultad.

Suelo espinoso: son las almas embebidas y preocupadas por las cosas terrenas, por los placeres, por los negocios, por los intereses materiales. La simiente germina, pero enseguida las espinas la sofocan, quitándole el aire y la luz. La excesiva ansiedad por las cosas temporales acaba por sofocar los derechos del espíritu.

En fin, el
buen terreno es comparado por Jesús a aquellos que, habiendo escuchado la palabra con corazón bueno y recto, la conservan y dan fruto por la perseverancia. Corazón bueno y recto es aquél que da siempre el primer puesto a Dios, que busca en primer lugar el reino de Dios y su justicia. La semilla de la palabra divina, de las inspiraciones y de la gracia dará abundante fruto según las buenas disposiciones que encuentra en nosotros, a saber: recogimiento, seriedad y profundidad de vida interior, desapego, búsqueda sincera de las cosas de Dios, más allá y por encima de todas las cosas terrenas. Y después, “perseverancia”, porque sin ella es imposible que la palabra de Dios produzca en nosotros su fruto.

Sacrificarse y negarse por un día, es cosa fácil. Sacrificarse y negarse siempre, todos los días, toda la vida, es cosa bien ardua y difícil.
Por eso dijiste Tú, ¡oh Jesús mío!, que el corazón bueno produce fruto en la perseverancia, “in patientia”.
¡Oh dulce Salvador mío, pues soportaste tu acerbísima pasión y muerte con paciencia invencible, dame paciencia para sostener la lucha contra las pasiones, contra mi egoísmo! Paciencia para sobrellevar todo lo que me disgusta, me hiere y contraría; todo lo que desagrada a mi amor propio. Paciencia para abrazar con perseverancia todas las renuncias necesarias para no hacer que tu semilla sea infecunda en mí, para saber afrontar con valor el sacrificio y la austeridad de la vida cristiana.

¡Oh Señor! Yo deseo la purificación total, porque anhelo unirme a ti; pero Tú no me purificarás completamente mientras yo no acepte con paciencia tu obra, o sea, las pruebas, las humillaciones, los desasimientos que Tú me preparas. ¡Oh Jesús, divino Paciente! Dame tu paciencia, haz que en unión a ti sea yo también paciente y humilde.

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina