Humildad en las caídas (II)

Posted by: Laudem Gloriae

Santa Teresita 10 (25)


“La humildad no inquieta, ni desasosiega, ni alborota el alma, por grande que sea, sino viene con paz y regalo y sosiego… No alborota, ni aprieta el alma, antes la dilata y hace hábil para servir más a Dios. Estotra pena [que provoca la falsa humildad al considerar que merecería estar en el infierno] todo lo turba, todo lo alborota, toda el alma revuelve, es muy penosa. Creo pretende el demonio que pensemos tener humildad, y si pudiese, a vueltas, que desconfiásemos de Dios” (Santa Teresa de Jesús).

La falta de confianza, la inquietud, disminuye la capacidad de amar; y es éste precisamente el fin que el demonio pretende: frenar a las almas en el camino del amor. De esta manera tienta especialmente a las almas, que están dispuestas a no ceder nunca ante la seducción abierta del pecado. En estos momentos hay que reconocer, pensando que, como dice Santa Teresa del Niño Jesús:
“Lo que ofende a Jesús, lo que hiere su Corazón, es la falta de confianza”.

La desconfianza en la misericordia de Dios, aunque sea con motivo de graves pecados, no puede ser nunca indicio de verdadera humildad, sino más bien de orgullo solapado y de tentación diabólica. Si Judas hubiese sido humilde, antes que desesperarse, hubiera sabido pedir perdón, como Pedro, y llorar sus pecados. La humildad es la virtud que nos sitúa en nuestro puesto: y nuestro puesto delante de Dios es el de hijos débiles y miserables, pero llenos de confianza.

Cuando después de repetidos propósitos caes una y otra vez en las mismas culpas, cuando, no obstante tus esfuerzos sinceros, no has sido capaz de vencer ciertos defectos, de superar ciertas dificultades, y, por una u otra causa, te encuentres muy lejos de ser lo debería o querrías ser, acude al remedio infalible de la humildad.
“La humildad -dice Santa Teresa de Jesús- es el ungüento de nuestras heridas”. Aunque tú creas que has agotado todas tus energías y te sientas incapaz de cualquier cosa, y te veas postrado en tierra, impotente para levantarte de nuevo, aún te queda una posibilidad: la de humillarte. Humíllate, sí, humíllate sincera y confiadamente; y la humildad cubrirá tus miserias, curará tus llagas, porque atraerá sobre ellas la misericordia divina.

¡Oh Jesús! “No, no soy siempre fiel; pero no me desanimo nunca. Me abandono en vuestros brazos. La gotita de rocío se hunde más adentro en el cáliz de la Flor de los campos, y allí encuentra lo que perdió y aún mucho más.
Cuando cometo una falta que me pone triste, comprendo que esa tristeza es la consecuencia de mi infidelidad. Pero no me paro en ello ¡oh, no! Me apresuro a deciros: 'Dios mío, sé que he merecido esta tristeza. No obstante, dejadme que os la ofrezca como una prueba que me enviáis de vuestro amor. Me arrepiento de lo que he hecho, pero estoy contenta de poderos ofrecer este sufrimiento'.
¡Cuán dichosa soy viéndome imperfecta y con tanta necesidad de vuestra misericordia! Cuando se acepta con mansedumbre la humillación de haber sido imperfecta, vuestra gracia, ¡oh Señor!, vuelve enseguida”
(Santa Teresita del Niño Jesús).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina