Humildad y temor de Dios (III)

Posted by: Ioseph

Napoleon 01 (01)
El que se ensalza será humillado

Quien teme al Señor recibe su doctrina, y quien es celoso en observar sus mandamientos hallará la bendición sempiterna. Dichosa el alma de quien teme a Dios, está fuerte contra las tentaciones del diablo: «Bienaventurado el hombre que persevera en el temor» y a quien le ha sido dado tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Quien teme al Señor se aparta del mal camino y dirige sus pasos por la senda de la virtud; el temor de Dios hace al hombre precavido y vigilante para no pecar. Donde no hay temor de Dios reina la vida disoluta; el que no teme a Dios en la prosperidad, témalo al menos en la adversidad y refúgiese en el que azota y sana. Bienaventurado el hombre que teme al Señor, y que se deleita en gran manera en sus mandamientos; el temor de Dios repele el temor del infierno, porque hace que el hombre huya del pecado y multiplique sus buenas obras. Tras lo cual llegará a aquel temor que se llama santo, y permanece para siempre, porque está fundado en el amor.

Así, hermanos míos, debemos temer a Dios, para que lleguemos a amar; porque la perfecta caridad echa fuera el temor servil, y de ese modo podemos tener firme seguridad y plenitud de todo bien. Por esto dice el Profeta:
«Temed al Señor, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen; se empobrecen los ricos y en la penuria pasan hambre, pero nunca faltará nada a los que buscan al Señor». Por lo cual os exhorto, amadísimos, a tener siempre ante los ojos de vuestra mente el temor de Dios y a no olvidar nunca sus preceptos, y a considerar que quien menosprecia y rechaza sus mandamientos irá al dolor eterno; os suplico que tengáis interiormente en vuestro corazón la verdadera humildad y que la inculquéis en vuestros prójimos con normas no fingidas, de tal modo que también ellos, edificados por vuestros buenos ejemplos, den gloria a Dios y se esfuercen, en unión con vosotros, en recibir en el cielo la eterna recompensa con la ayuda y con la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina por todos los siglos de los siglos. Así sea.

Fuente: San Agustín, Sermón sobre el temor de Dios y la verdadera humildad