La confesión íntegra, medio de liberación III

Posted by: Ioseph

Negaciones de Pedro 01

Confianza en la misericordia divina
Y aquí vuelve la consideración de la confianza, que debe acompañar el rechazo del pecado, la humilde acusación del mismo y la firme voluntad de no volver a pecar. Confianza es ejercicio, posible y debido, de la esperanza sobrenatural, por la que esperamos de la Bondad divina, por sus promesas y por los méritos de Jesucristo Salvador, la vida eterna y las gracias necesarias para conseguirla. Es acto también de aquella estima que nos debemos a nosotros mismos, en cuanto criaturas de Dios, que ya por naturaleza nos ha hecho nobles por encima de toda la creación material, nos ha elevado a la gracia y nos ha redimido misericordiosamente; es estímulo a comprometernos con todas nuestras fuerzas, donde la desconfianza es escepticismo y frialdad paralizante.

A este respecto, es de valor decisivo la enseñanza que nos ofrece el Evangelio acerca de la tragedia conclusiva de la traición de Judas y la reparación salvadora de Pedro. Judas se arrepintió. El Evangelio es explícito a este respecto: «Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Pequé entregando sangre inocente”» (Mt 27, 3-4). Ahora bien, no vinculó este arrepentimiento a la palabra que Jesús le había dicho, precisamente mientras Judas realizaba su traición: «Amigo» (Mt 26, 48), no tuvo confianza y se quitó la vida. Pedro había caído, casi con la misma gravedad, por tres veces, pero confió y, habiendo hecho después de la Pascua la triple reparación mediante el amor, fue confirmado por Cristo en su ministerio. San Juan nos da admirablemente la razón, la fuerza, la dulzura de nuestras esperanzas: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16).

Otras declaraciones del concilio de Trento
«Si alguno dijere que para la remisión de los pecados en el sacramento de la penitencia no es necesario de derecho divino confesar todos y cada uno de los pecados mortales de que, con debida y diligente premeditación, se tenga memoria, aun los ocultos y los que son contra los dos últimos mandamientos del decálogo, y las circunstancias que cambian la especie del pecado; sino que esa confesión sólo es útil para instruir y consolar al penitente, y antiguamente sólo se observó para imponer la satisfacción canónica; o dijere que aquellos que se esfuerzan en confesar todos sus pecados, nada quieren dejar a la divina misericordia para ser perdonado; o, en fin, que no es lícito confesar los pecados veniales, sea anatema».

«Si alguno dijere que la confesión de todos los pecados, cual la guarda la Iglesia, es imposible y una tradición humana que debe ser abolida por los piadosos; o que no están obligados a ello una vez al año todos los fieles de Cristo de uno y otro sexo, conforme a la constitución del gran concilio de Letrán, y que, por ende, hay que persuadir a los fieles de Cristo que no se confiesen en el tiempo de Cuaresma, sea anatema».

Fuente: Cfr. Mensaje del Papa J. Pablo II al cardenal William Baum, penitenciario mayor, del 22 de marzo de 1996, L’Oservatore Romano, 5 de abril de 1996