La perdiz tierna

Posted by: Ioseph

Perdiz 01 (01)

Una perdiz madre a quien la comadreja le sorbió tres huevos -y no le sorbió los cuatro porque Guañabéns, que andaba con la escopeta, de una perdigonada le quemó las ancas-, con la aflicción de su desgracia, sobre que era cariñosa de por sí, empolló su huevo unigénito con cuadruplicado ardor. Nació un lindo pichón color canela; y quiso echar a correr como un pollito en la mañana fresca y húmeda. Pero su madre no quería ser menos que la Cardenala que tenía el nido en un naranjo y polluelos de quince días, que no dejaba salir sin embargo, hasta que no tuviesen volantones. Y así le prohibió que saliese y le trajo gusanitos y lo calentó con sus alas, que para eso tenía él mamá de posición y no necesitaba ir a trabajarse el sustento por esos surcos de Dios, llenos en aquel momento de los silbos alegres y tímidos de los perdigoncitos pobretes sus vecinos, nacidos aquel mismo día.

Los pájaros del cielo, que anidaban en los árboles, tienen que pasar antes de salir del nido por las cuatro edades, de tripón, pintón, plumadito y volantón; pero los pájaros de la tierra como la perdiz y el ñandú, apenas nacen, ya son volantones -y nunca salen de ahí en su vida-, y se arreglan ya por sí solos, y andan, cazan y campan como mayores, y disparan -como decía Guañabéns, el fabricante de plumeros-, “que el Diablo se los lleva”.
Y éste fue el error de la joven madre. Quiso tener a su hijo al calorcito de su seno y de sus plumas -y eso que el muchachito quería irse con los otros cada día-; quiso alimentarlo con lombricita mascada, cuando el otro ya tenía pico duro; lo tuvo a la sombra y bajo sus alas; y no le dio jamás un mal picotazo porque lo quería mucho, cuando los otros tenían ya el lomo curtido de los golpes con que sus madres les enseñaban a no salir del matojo cuando se oye ruido, a acurrucarse inmóviles y a hacerse tierra y hojas secas cuando pasa el Hombre, el Zorrito o el Lechuzón Blanco.

Creció pues aquel perdigón de nido, perdigón de invernáculo; y salió lindo, pero fofo. Grandote y sin gracia, como flor de sótano, con las patas rosadas y flojas en vez de firmes y rojas; los ojos rojos en vez de negros y la plumazón albina y clara, que en vez del lindo percal rameado de los otros era fina seda gris.
Apenas salió el sol, grandote e inútil, parecía que se quería derretir, y la gente le cantaba:
La lechuza es batará
y el tero picotazo overo
y la perdiz es barcina, ay, ay, ay,
moteada de blanco y negro.
Eso sí, muy bien educado, y no como esa gentuza, decía la madre del zascandil aquel, que no parecía varón ni era hombre para nada, que lo reventaba un volido(1) de treinta metros y no sabía disparar ni esconderse, ni aguantaba la luz del mediodía con sus ojos tiernos, ni veía el granito perdido en el surco, ni encontraba sustento. Se le burlaban todos. No tenía resolución para nada, ni para irse de allí, donde era infeliz. Pasaba terrores y apuros sin cuento porque no sabía defenderse ni siquiera del Gato, del cual las perdices se burlaban. Una paja lo cortaba, una espina lo mancaba, la escarcha lo endurecía, un calorazo de enero lo ponía hecho una esponja.

Fue un día al Tero y le dijo:
-
¡Son todos crueles conmigo, todos me persiguen, todos son enemigos míos, no sé por qué!
-
¡No, m´hijo! -le dijo el Tero-. Ninguno es cruel. La vida es cruel. ¿Querés saber quién fue cruel con vos? La verdad hay que decirla, aunque sea dura, y yo te la voy a decir, como se lo dije a ella muchas veces por más que lloraba cuando ya no había remedio. El enemigo tuyo ha sido tu finada madre que de quererte tanto, tanto, te ahorró las molestias pequeñas, y te legó las grandes. Tu finada madre ha sido cruel. Dios le haya perdonado que la pobre no sabía que con sus mimos te dejó en herencia buenos modales pero malas costumbres.

(1) Volido: vuelo.

Fuente: P. L. Castellani, Camperas, ed. Vórtice