La práctica de la humildad (II)

Posted by: Ioseph

David 01 (01)
David es maldecido por Simeí

Muestra siempre un gran respeto y reverencia a tus superiores, una gran estima y cortesía a tus iguales y una gran caridad a los inferiores; persuádete que el obrar de otra manera sólo puede ser efecto de un espíritu dominado por la soberbia.

Si te faltan los consuelos temporales y Dios te quita los espirituales, piensa que has tenido siempre más de los que merecías; conténtate con lo que el Señor te envía.

Cultiva siempre en tu interior la santa costumbre de acusarte, reprenderte y condenarte. Sé juez severo de todas tus acciones, que van siempre acompañadas de mil defectos y de las continuas pretensiones del amor propio. Concibe a menudo un justo desprecio por ti mismo al verte en tus acciones tan falto de prudencia, de sencillez y de pureza de corazón.

Evita como un mal gravísimo el juzgar los hechos del prójimo; antes bien, interpreta benignamente sus dichos y hechos, buscando con industriosa caridad razones con que excusarlos y defenderlos. Y si fuera imposible la defensa, por ser demasiado evidente el fallo cometido, procura atenuarlo cuanto puedas, atribuyéndolo a inadvertencia o a sorpresa, o a algo semejante, según las circunstancias; por lo menos, no pienses más en ello, a no ser que tu cargo te exija que pongas remedio.

Si te sobreviene alguna contradicción, bendice al Señor, que dispone las cosas del mejor de los modos; piensa que la has merecido, que merecerías más todavía, y que eres indigno de todo consuelo; podrás pedir con toda simplicidad al Señor que te libre de ella, si así le place; pídele que te dé fuerzas para sacar méritos de esa contrariedad. En las cruces no busques los consuelos exteriores, especialmente si te das cuenta que Dios te las manda para humillarte y para debilitar tu orgullo y presunción. En medio de ellas debes decir con el Rey Profeta:
¡Cuán bueno ha sido para mí Señor, que me hayas humillado, porque así he aprendido tus mandatos!

En la comida no debes sentir disgusto cuando los alimentos no sean de tu agrado; haz, más bien, como los pobrecitos de Jesucristo, que comen de buen grado lo que les dan, y dan las gracias a la Providencia.

Si alguien, por error, te reprende y te dice malas palabras, o si censura tu conducta uno que es inferior a ti o más merecedor que tú de reprensión, y que debería más bien ocuparse de sus cosas, no desprecies sus indicaciones, ni rechaces los consejos que te da, ni dejes de examinar con calma y a la luz de Dios tu conducta, y todo ello con la íntima persuasión de que caerías a cada paso si la gracia de Dios no te preservara.

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad