La práctica de la humildad (IV)

Posted by: Ioseph

Job 02 (03)
Job visitado por sus amigos

No te preocupes por aquellas cosas que no están a tu cuidado y de las que no tienes que rendir cuenta ni a Dios ni a los hombres; porque el ocuparse en ellas es signo de secreta soberbia y de vana presunción de sí mismo, alimenta y hace crecer la vanidad y es causa de mil preocupaciones, inquietudes y distracciones. Por el contrario, si atiendes sólo a ti mismo y a tu deber, hallarás un manantial de paz y de tranquilidad, según las palabras de la Imitación de Cristo: No te entrometas en lo que no te han encomendado; así podrá ser que pocas veces o muy de tarde en tarde te turbes.

Si haces alguna mortificación extraordinaria, procura preservarte del veneno de la vanagloria, que destruye a menudo todo su mérito; hazla tan sólo porque desdeciría de un pecador que viviera según su propio capricho, y también por tantas deudas como tienes que saldar ante la justicia divina. Piensa que los actos de penitencia te son tan necesarios para detener la violencia de las pasiones y mantenerte dentro de los límites del deber, como la brida y el freno para domar un impetuoso caballo.

Cuando sientas el aguijón de la impaciencia y seas presa de la tristeza en tus tribulaciones y humillaciones, resiste fuertemente esa tentación, acordándote de tantos pecados por los que has merecido castigos mucho más duros de los que estás sufriendo. Adora la justicia infinita de Dios y recibe respetuosamente sus golpes, que son para ti fuentes de misericordia y de gracia. Si pudieses comprender cuán saludable es ser herido en esta miserable vida por la mano de un Padre tan dulce como es Dios, te abandonarías por completo en sus manos. Repite a menudo con San Agustín:
Quema y arranca de mí en esta vida todo lo que quieras, no perdones nada ni me ahorres ningún sufrimiento, con tal que me perdones y me los ahorres todos en la eternidad. Rehusar las tribulaciones es rebelarse contra la saludable justicia de nuestro Dios, es rechazar el cáliz que misericordiosamente nos brinda, y en el que el mismo Jesucristo, aunque inocente, ha querido beber el primero.

Si cometes alguna falta que es motivo para que te desprecie quien la presenció, siente un vivo dolor de haber ofendido a Dios y de haber dado un mal ejemplo al prójimo, y acepta la deshonra como un medio que Dios te envía para hacerte expiar tu pecado y para hacerte más humilde y virtuoso. Si, por el contrario, el verte deshonrado te atormenta y te contrista, es que no eres verdaderamente humilde y que estás todavía envenenado por la soberbia. Pide entonces al Señor con mucha insistencia que te cure y te libre de ese veneno, porque si Dios no se apiada de ti caerás en otros abismos.

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad