La práctica de la humildad (X)

Posted by: Ioseph

Santo Domingo de Guzmán 01 (07b)
Santo Domingo de Guzmán

Considera también los ejemplos que nos han dejado los santos de la antigua y nueva Alianza.
Isaías, aquel profeta tan virtuoso y observante, se creía impuro delante de Dios, y confesaba que toda su justicia, es decir, sus buenas obras, eran como un paño lleno de suciedad. Daniel, a quien el mismo Dios llamó santo, capaz de detener con su oración la cólera divina, hablaba a Dios como un pecador que está lleno de vergüenza y confusión. Santo Domingo, milagro de inocencia y santidad, había llegado a tal grado de desprecio por sí mismo, que creía atraer la maldición del cielo sobre las ciudades por las que pasaba. Y por eso, antes de entrar en cualquiera de ellas, se postraba con el rostro en tierra y decía llorando:
Yo os conjuro, Señor, por vuestra amabilísima misericordia, que no miréis a mis pecados; para que esta ciudad que me va a servir de refugio no deba sufrir los efectos de vuestra justísima venganza.

San Francisco, que, por la pureza de su vida, mereció ser imagen de Jesús Crucificado, se tenía por el más perverso pecador de la tierra, y este pensamiento estaba tan grabado en su corazón que nadie se lo hubiera podido quitar, y argumentaba diciendo que si Dios le hubiese concedido aquellas gracias al último de los hombres, habría usado mejor que él y no le habría pagado con tanta ingratitud.
Otros Santos se consideraban indignos del alimento que comían, del aire que respiraban y de los vestidos con que se cubrían; otros tenían por un gran milagro el que la misericordia divina los soportase sobre la tierra y no los precipitara en el infierno; otros se maravillaban de que los hombres los tolerasen y que las criaturas no los exterminaran y aniquilaran. Todos los santos han abominado las dignidades, las alabanzas y los honores, y, por el gran desprecio que sentían por sí mismos, no deseaban sino las humillaciones y los oprobios.
¿Eres tú quizá más santo que ellos? ¿Por qué, siguiendo su ejemplo, no te tienes por algo despreciable a tus ojos? ¿Por qué no buscas, como ellos, las delicias de la santa humildad?

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad