La práctica de la humildad (XII)

Posted by: Ioseph

Anunciación 03 (07)
O humilima Maria, fac me tibi similem!

Aunque en medio de los desprecios y de las contradicciones conserves la paz y la alegría, no creas por esto haber alcanzado la humildad, porque, a menudo, la soberbia no está sino adormecida, y basta con que se despierte para que comience a hacer estragos. Sean tus armas, de las que nunca debes separarte, el conocimiento de ti mismo, la huida de las alabanzas y el amor a las humillaciones. Cuando hayas adquirido esta rica heredad no temas perderla ya, porque el humillarse es el medio más seguro para conservar el don precioso de la humildad.

Si quieres que Dios te conceda más fácilmente ese beneficio, toma por abogada y protectora a la Santísima Virgen. San Bernardo dice que María se ha humillado como ninguna otra criatura, y que siendo la más grande de todas, se ha hecho la más pequeña en el abismo profundísimo de su humildad. Gracias a esto, María ha recibido la plenitud de la gracia y se ha hecho digna de ser Madre de Dios. María es, al mismo tiempo una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno; pídele que te alcance esa virtud que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido, María la pedirá para ti de ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída.

Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo; pero la principal gracia que debes pedirle es la santa humildad; no te canses de pedírsela hasta que te la conceda, y no tengas miedo de importunarla; ¡cuánto le gusta a María que la importunes por la salud de tu alma y para ser más agradable a su divino Hijo! Pídele, por último, que te sea propicia. Se lo pedirás por su humildad, que fue la causa de que fuese elevada a la dignidad de Madre de Dios, y por su Maternidad, que fue el fruto inefable de su humildad.

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad