Santidad Argentina (XVII)

Posted by: Corim

Vble María Crescencia Pérez 04 (06)
Ema Rodríguez de Pérez, la madre de María Crescencia

HERMANA MARÍA CRESCENCIA PÉREZ. Quinta parte.
 
Días pasados hemos considerado el inicio del período de noviciado de la Hermana María Crescencia, y hemos citado algunos de los testimonios de quienes la conocieron y compartieron ese tiempo de formación. Asimismo hemos citado el testimonio de la Hermana María Ángela Quinodoz, quien nos refiere la profunda devoción que tenía María Crescencia hacia Santa Teresita. Tanto es así que adopta, para crecer en perfección y para mayor unión con el Divino Creador, el Caminito que Santa Teresita ha trazado en su famoso libro “Historia de un alma”, que en aquellos tiempos se difundió como un dulce torrente, por todo el mundo, con una rapidez sorprendente. ¡Bendito escrito que tantísimos brotes de santidad ha dado como fruto!
 
El capítulo de hoy lo podemos denominar:
“En la escuela de Santa Teresita”; ya que vamos a adentrarnos, un poco nomás, en los escritos de la Santa Carmelita Francesa, para poder de esta manera asomarnos a la ventana del alma de Sor Crescencia y dejarnos edificar por su singular belleza de humildad y abandono en los brazos del Divino Amor. Primeramente vamos a adentrarnos a considerar en qué consiste el Famoso Caminito, que Santa Teresita nos dejó como testamento, y que es una vía fácil y ligera para llegar a la cumbre de la Santidad.
 
En una de las páginas de Historia de un alma, Vemos que Santa Teresita se ve incapaz de subir por las sendas de la perfección para poder alcanzar la ardientemente deseada cumbre de la santidad. En vistas de esta incapacidad, escribió:
“En vez de desanimarme he pensado: el buen Dios no podría inspirar deseos irrealizables; luego, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la Santidad. Engrandecerme es imposible. Debo soportarme tal cual soy, con mis innumerables imperfecciones; mas quiero buscar el medio de ir al cielo mediante un camino bien recto, bien corto, un camino enteramente nuevo. Vivimos en el siglo de invenciones; ahora ya no se suben las escaleras; en las casa de los ricos un ascensor las reemplaza ventajosamente. Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la áspera escalera de la perfección.”
 
Y prosigue:
“Entonces, pedí a los Libros Santos me indicasen el ‘ascensor’ objeto de mis deseos, y he leído estas palabras salidas de la boca misma de la Sabiduría Eterna: ‘Si alguien se cree pequeñito, que venga a Mí’ (Prov. 9,4).”
Y un poco más adelante, la Santa, con un gozo inefable nos dice:
“El ‘ascensor’ que debe elevarme hasta el Cielo son vuestros brazos, oh Jesús. Por eso yo no tengo necesidad de crecer, al contrario, es necesario que permanezca pequeña, y que lo llegue a ser cada vez más”.
 
Y es este el camino que elige María Crescencia para ir segura al encuentro con Cristo, a la verdadera santidad: el camino de la
santa infancia espiritual, que es el Caminito trazado por la Santa Carmelita y que atrajo a multitudes de almas sedientas de mayor perfección, y que no es otro que empequeñecerse uno mismo, ser totalmente consciente de la bajeza y de la fragilidad de nuestra condición humana, pero amada por Dios, quien se acerca a nosotros por pura Misericordia y nos levanta de este barro, de esta miseria, para “hacernos sentar entre príncipes”, nos rescata del pecado y nos hace capaces de gozar de su Amor y compañía. La clave está en ser como niños, en el sentido de abandonarse totalmente en el Amor de Dios, sin reparos, sin reticencias, como un niño obediente que camina seguro tomado de la mano de su padre y que sabe que todo lo que ese buen padre le manda, y que todos los caminos que le hace recorrer son para su propio bien y para alcanzar la máxima felicidad, que en el caso de Nuestro Padre Dios, es alcanzar el Cielo.
 
 Este
“caminito” requiere además, lo que ya hemos nombrado, empequeñecerse, que es lo mismo que decir ser humildes de corazón, dejar nuestra elevada soberbia, morir a mí mismo, a mis criterios, pareceres y gustos, desaparecer, estar vacíos de nosotros mismos para que Cristo tenga lugar en nuestra vida y nos eleve con sus Divinos brazos a las altas Cumbres de la Santidad.
 
Para concluir este capítulo vamos a transcribir un pasaje de uno de los escritos de la Santa Carmelita, que María Crescencia utilizaba a menudo como meditación personal:
“Entre las cosas grandes que ha obrado en mí El Todopoderoso, la mayor es de haberme mostrado mi pequeñez e incapacidad para todo bien..., ser alma pequeña, que Dios tiene que sostener a cada instante.”
 
En la próxima entrega vamos a continuar considerando a la Hermana Crescencia en la escuela de Santa Teresita.