Santidad Argentina (XII)

Posted by: Corim

Madre María Benita Arias 08 (07)

Madre María Benita Arias. Undécima y última parte.
 
En la entrega anterior hemos comenzado a considerar lo que fue la última enfermedad de Madre Benita, y la hemos acompañado en la recepción de los últimos Sacramentos. Hoy continuaremos a su lado en su última y santa agonía.
 
Desde su lecho de dolor, la Madre se convierte para todos en un ejemplo de entrega total a la voluntad de Dios y acuden para saludarla, pedir consejo y despedirse, numerosas personas. Religiosas, funcionarios públicos, colaboradores suyos en las fundaciones, y personajes de gran prestigio como la esposa del entonces presidente Sáenz Peña. Estas visitas aumentan su número cada día ya que son muchos los que la conocen y estiman su gran labor de Caridad, labor que tuvo su raíz en la ferviente devoción a Jesús Sacramentado y a Su Santísima Madre Inmaculada. Es por Ellos, y por la Mayor Gloria de Dios, que la Madre emprendió grandes batallas empuñando la espada de la Caridad y escudada en el auxilio de la Eucaristía; y como un soldado heroico, cae ahora herida en el campo de batalla de este mundo, pero tranquila y en paz de haber luchado hasta el fin el combate de la Fe.
 
Vamos a transcribir algunas de sus últimas palabras, que fueron recogidas por las Hermanas que la asistieron en esos días:
 Les dice a las Hermanas refiriéndose a las niñas:
“Tengan siempre mucha caridad con todas, especialmente para con mis huérfanas. Procuren vivir en santa paz y unión, amándose las unas a las otras a fin de que formen una sola alma y un solo corazón en Jesús.”
 
Y a las Hermanas que no pueden contener las lagrimas:
“¿Por qué lloran, hijas; por qué se afligen? Ya queda algo hecho. Procuren adelantarlo. Yo no soy nada y nada he hecho por mí. No soy más que una pobrecita que, unida a mis buenas compañeras, inseparables en las pruebas, hemos continuado la obra comenzada por Jesús, procurando su mayor gloria y la salvación de las almas.”
A otras Hermanas les dice:
“¡Ah, Hijas mías! Yo les ruego por amor de Jesús me saquen del purgatorio, donde espero ir por Su gran Misericordia. Mucho temo que el enemigo las engañe y les haga creer que la Madre no necesitará oraciones, porque estará en el Cielo. Este es común engaño que suele haber entre los buenos, mientras tanto las pobres almas están sufriendo sin alivio penas incomparables.”
 
Y llegado ya el día 24 de septiembre, la madre recibe la absolución y le dice al sacerdote que la visita:
“Padre, mañana moriré”. Este anuncio causó sorpresa en el sacerdote, ya que ese día se la podía ver un tanto mejor. Pero la profecía de la Madre se cumplió, esa misma tarde sufrió una descompostura de la que reaccionó instantes después. Transcurrieron varias horas de tranquilidad; la rodeaban gran cantidad de Hermanas que rezaban por ella. Hasta que, alrededor de la 1,25 horas de la madrugada, se despierta y dirige una mirada a todas las Hermanas presentes, luego inclina dulcemente su cabeza y su alma resplandeciente de Caridad vuela a contemplar cara a cara al Dios que adoró toda su vida y al que hizo adorar escondido en el Sagrario.
Instantes después de su muerte llegó el Capellán que rezó las oraciones propias de difuntos, y luego las hermanas procedieron a amortajar el santo cuerpo y prepararlo para el velatorio. Pusieron el cadáver en un ataúd de ébano donado por una amiga y lo adornaron con una corona y un báculo de flores blancas.
 
La Madre tenía en el rostro la apariencia de estar dormida, no difunta; y el resto del cuerpo conservaba, después de largo tiempo, su flexibilidad. El médico que la examinó reconoció que nunca había visto un caso similar.
Personas de todas las clases sociales acudieron en masa a despedir a la Madre Benita. Las misas en sufragio se sucedían unas tras otra; y a las 21 horas del día 26 de septiembre, el ataúd fue bajado a la cripta y con un beso las Hermanas despidieron a la Madre.
El día 1 de octubre se celebró un solemne funeral presidido por los obispos auxiliares, y asistió una gran concurrencia. La oración fúnebre estuvo a cargo del dominico Fray Marcolino Benavente.
 
A modo de conclusión vamos a transcribir algunos pasajes de dicha oración fúnebre:
“La Reverenda Madre Benita del Corazón de Jesús... debía pagar el tributo impuesto a todos los hijos de Adán; la muerte cortó el hilo de tan preciosa existencia. Una vida de setenta y dos años, colmada de méritos, habrá recibido el galardón, como piadosamente podemos suponerlo, atendidas sus virtudes, del piadoso Juez, que sabe premiar a sus fieles servidores.
 
“Al morir, tiene el consuelo de ver su Fundación consolidada por la aprobación eclesiástica, apreciada por la sociedad, solicitada por los gobiernos; su obra extendida en diversos puntos de la República; sus Hijas multiplicadas, las pobres socorridas, Dios glorificado; y todo el conjunto de estas obras celebran a una pobre mujer temerosa de Dios.
 
“La posteridad ha de recordar su nombre. Los templos que edificó para gloria de Dios, de ella hablarán; la Congregación que fundara, la tendrá siempre presente; la sociedad que edificó con sus ejemplos y los desvalidos que protegió, la recordarán. Sus obras todas publicarán su mérito y harán el elogio de sus virtudes. La mujer que teme al Señor, será alabada; y sus obras la celebrarán”.
 
Aquí concluimos con la presentación de la vida de la Madre María Benita Arias, cuyos restos mortales descansan en la cripta de la Iglesia de Jesús Sacramentado, de la Avenida Corrientes 4471 de la Ciudad de Buenos Aires. Roguemos a Dios que pronto llegue a feliz término su proceso de Beatificación.
 Agradecemos a las Hermanas Siervas de Jesús Sacramentado por la colaboración en el envío de material para poder difundir la obra de su Fundadora.
 
En la próxima entrega de Santidad Argentina, el día 30 de este mes, comenzaremos a recorrer la vida de la Hermana María Crescencia Pérez, religiosa de la congregación del Huerto, que será Beatificada durante este año, aquí en nuestra patria.