Santidad Argentina (XXIII)

Posted by: Corim

Vble María Crescencia Pérez 09 (10)
Peregrinación con la Virgen del Huerto desde el Hogar Unzué hasta el Solarium
(1929, tres años antes de la muerte de María Crescencia)

Hermana María Crescencia Pérez. Décima parte.

Estando ya casi a las puertas del tan esperado día de la Beatificación de la Hermana María Crescencia Pérez, comenzamos este capítulo dando gracias a Dios, de quien procede todo don de santidad, por haber enriquecido el alma de su Sierva con los abundantes dones del Espíritu Santo, que hacen que una simple criatura sea elevada a las cumbres de la perfección, de la santidad. Igualmente imploramos de Dios Misericordioso la gracia de poder imitar, aunque sea sólo en parte, los ejemplos que nos dio la futura Beata, principalmente la confianza en el Amor providente de Dios y la caridad exquisita que desarrolló en cada uno de los ambientes en donde le tocó vivir y trabajar.

Ahora bien, en el capítulo anterior nos habíamos detenido en la consideración de dos aspectos de la vida de María Crescencia: la caridad vivida hasta el heroísmo, concretamente en el trabajo que realizó en el Solárium de Mar del Plata, y que fue la chispa que encendió el incendio de su enfermedad; enfermedad que la iba a llevar a la muerte: la tuberculosis.
Así también hemos nombrado su obediencia fiel y pronta a cada mandato de sus superioras. Aquí vamos a detenernos a considerar cómo después de diagnosticarle su enfermedad, las superioras creyeron conveniente su traslado a Chile, pues se creía que dicho cambio podría llegar a ser beneficioso para la Hermana Crescencia.

Y es así que nuestra protagonista parte para el vecino país, con la paz en el alma de saber que se estaba haciendo la Voluntad de Dios, pero con el corazón desecho por dejar familia y patria. Despidiéndose de una Religiosa dijo:
“...me cuesta. No nos volveremos a ver, porque me quedan pocos años de vida. Para mi mal, no hay remedio. ¡Qué se haga la voluntad de Dios!”

Llegados a este punto podemos preguntarnos cuál era el secreto que guardaba en su alma y que la hacía vivir de tal manera que en todo buscaba y daba gloria a Dios; cuál era el alimento que nutrió su robusta vida espiritual; la respuesta es sólo una: la oración. María Crescencia vivía y se nutría de la oración, del trato íntimo con Dios; era un alma eminentemente contemplativa, que elevaba continuamente su mirada a Dios, y a su vez era perfecta en la acción, realizando todo tipo de tareas para la gloria de Dios.

Algunos testimonios nos dicen lo siguiente:
Ederlina de Araya:
“La recuerdo muy cumplidora de las reglas. A veces estábamos cantando o conversando animadamente, pero al llegar la hora de rezar, dejaba todo e iba corriendo a la capilla junto con las otras Hermanas. Un alma de oración. Buscaba a Dios por sobretodo y enseñaba a conocerlo y a amarlo.”

Otilia Pérez:
“Al rezar tenia la vista fija en el Señor. Las personas que iban a misa y la veían, decían que era una santa.”
“Cuando iba a la Capilla del Hospital, a rezar el Rosario, la encontraba orando. Lo hacía entre tarea y tarea. Recuerdo su cara angelical, su pureza.”

Entre las actas del proceso de Beatificación, podemos leer:
“inmolarse significa darse totalmente a Dios sin poner condiciones; y ella vivía así, tanto estando sana como enferma.”
“Todo lo sufrió pacientemente, sin quejarse. Rezaba mucho, se aferraba a la Cruz. Vivía muy serena la soledad que se impuso por su enfermedad.”

Nos despedimos de este capítulo encomendándonos a la intercesión de María Crescencia en las vísperas de su Beatificación, y pondremos mañana todas nuestras intenciones en sus manos, para que en día tan gozoso interceda por todos nosotros.