Servir a Cristo Rey

Posted by: Ioseph

CristoRey 03 (02)

Que Jesucristo sea nuestro Rey y nosotros sus vasallos, no necesita de prueba. Lo confesamos por la fe y estamos prontos a confirmarlo con nuestra sangre. Él mismo lo declaró aun desde su nacimiento, diciendo: Yo he sido establecido por Él rey sobre Sión (Sal. 2, 6), y al punto hizo que lo publicasen los Magos, cuando preguntaron ¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Y así como nació con el título de rey en la frente, así murió con el nombre de rey en la cruz: Jesús Nazareno rey de los judíos, que son, en sentido espiritual, los fieles verdaderos, como explica San Agustín. Somos, pues, sus súbditos, como nacidos en su reino, poseídos de su dominio, redimidos con su sangre, libertados por él de la esclavitud del demonio y destinados a reinar con él mismo eternamente en el cielo.

Ahora, este Rey de las virtudes bajó del trono de su eterna gloria al campo de la vida mortal para intimar la guerra al mundo rebelde, al demonio tirano y a los vicios destructores del linaje humano. El amor a sus súbditos, tiranizados por el bárbaro enemigo, lo movió a tan heroica empresa, cual es librarlos de la cruel esclavitud que padecían, no sufriéndole el corazón verlos gemir y perecer en las cadenas. Únicamente lo solicitó el deseo de traer consigo compañeros a gozar de la eterna felicidad de su reino, no pareciéndole que reinaba perfectamente dichoso si no comunicaba a sus fieles soldados la felicidad, de suerte que el fruto de la victoria no será del rey, sino de los vasallos.
Solamente nos convida a que tomemos con él las armas, que, en expresión de San Pablo, son: la armadura de la justicia, el escudo de la fe y el yelmo de la salud (Ef. 8, 14). Nos exhorta a seguir su bandera ofreciéndose el primero a los peligros e incomodidades, sin resguardar su vida ni atender a su Majestad.

A este fin nos alistó en su milicia: para que con él peleásemos y. en medio de los enemigos, a prueba de trabajos y sudores, diésemos testimonio de nuestra lealtad. ¿Qué corazón habrá pues tan vil que se niegue al convite de su rey que se ofrece por capitán y general de tan generosa empresa y nos promete segura la victoria, si no falta por culpa nuestra?
¿Quién tendrá tan poco juicio y tan poco amor de su bien que rehúse salir en campaña cuando se trata aun más de su salvación que de la gloria de su rey; cuando no se puede huir el combate si no es quedando prisionero del enemigo que nos viene a asaltar para privarnos de un reino eterno y hacernos perpetuamente sus esclavos?
Atrevida cosa sería si un soldado, al tiempo que su capitán está con las armas en la mano y sale a acometer a los escuadrones enemigos, él se estuviese desarmado, tendido en la cama, o jugando a los dados...

El que quiera venir en pos de Mí, tome su cruz y sígame. ¿Quién quiere seguirme a pelear y vencer al príncipe de las tinieblas, que tiene tiranizado al género humano? ¿Quién toma conmigo las armas, para destruir los pecados, que son las crueles cadenas que tienen a los hombres en miserable esclavitud? ¿quién quiere exponerse a una breve guerra por conseguir el reino eterno del cielo?
Los trabajos de la milicia serán comunes: no será mejor la suerte del capitán que la de los soldados: sólo que yo seré el primero en entrar en la batalla, en plantar el estandarte de mi cruz sobre el campo enemigo.
¡Oh! ¿cómo podemos dudar de aceptar tal convite, al que obligan tantos motivos?: la dignidad del Rey que nos llama, a quien por tantos títulos estamos obligados; la justicia de la causa de sujetar y rendir a un tirano que tantos estragos y ruinas nos ocasiona; la promesa segura del triunfo, que todo debe redundar en beneficio nuestro; el ejemplo del Capitán, que queriendo y tomando para sí la mayor parte de los trabajos, no quiere gozar mejor tratamiento que los soldados, y para ellos quiere el fruto de la victoria.

Sea, pues, áspera, sea difícil, esté llena de trabajos e incomodidades la senda por donde le hemos de seguir, el hallarla toda marcada con sus huellas, el haberla él recorrido por nuestro amor, la ha hecho deleitable, amena y florida con mil acciones que nos dejó como ejemplos: ¿pues por qué no le seguiremos? Jesucristo, dice san Cipriano, practicó todo lo que enseñó, para que el discípulo no pudiera tener excusa si, siendo siervo, no quisiera padecer lo que primero padeció su Señor.

Fuente: P. Carlos Rosignoli, s.j., Verdades eternas, Barcelona, 1859