Sobre la ceguera espiritual

Posted by: Ioseph

Jesús y el ciego de nacimiento 01 (03)

Considera que entre todas las enfermedades del alma no hay ninguna más mortífera ni que se pueda curar menos que la ceguera. Como no se ve el peligro, no se busca el remedio. ¿Y a cuántas caídas no está expuesto un ciego? ¿A cuántos pasos en falso, andando durante esta vida por un camino pedregoso y lleno de precipicios? ¿Se puede caminar mucho tiempo sin caer en ellos? La ceguera espiritual abraza la ceguera del corazón y la del entendimiento: el desarreglo del corazón es el que principia esta enfermedad, que se comunica muy pronto al entendimiento.
 
Debe juzgarse de la ceguera del alma del mismo modo que de la ceguera del cuerpo. Una abundancia de dolores malignos debilitan el órgano de la vista y concluyen por extinguirla. Los dolores cesan con la vista. No se siente nada, pero tampoco se ve ya. La corrupción del corazón causa muy pronto nieblas espesas y malignas que debilitan y oscurecen los ojos del alma. Al principio molestan los remordimientos vivos de una conciencia justamente alarmada; pero al fin su estímulo se embota por la continuación del desarreglo.
 
Entonces la razón se ofusca y el alma no siente ya dolores; la fe no obra, sus ojos se extinguen y llega a quedarse ciega, o a lo menos las tinieblas espesas que provocan las pasiones le impiden ver la luz y, en medio de estas densas tinieblas, el alma se amodorra, se duerme. Por más que se advierta, que se clame, que se haga un gran ruido, el alma está en una especie de letargo espiritual. La sordera acompaña a la ceguera; aunque los truenos crujan, aunque caiga un rayo a los pies, como no se perciben los relámpagos, aun cuando oiga algún tanto el ruido, siempre cree que el trueno suena distante de ella. De aquí procede una insensibilidad funesta, que se convierte muy pronto en un terrible endurecimiento. Entonces las verdades más espantosas de la religión, las amenazas más terribles, los más horribles accidentes no mueven.
 
PROPÓSITOS.
1º – Puesto que no hay mayor desgracia en esta vida que la ceguera espiritual, no temamos nada tanto como esta desgracia. Por más incurable que sea en sí, no lo es con respecto al Médico divino de nuestra alma, pero es preciso que el alma quiera curar. El Salvador no ignoraba que el ciego que clamaba con tanta vehemencia, al paso por el camino de Jericó, pedía que le devolviese la vista. Sin embargo no quiso dársela hasta después que le hubo dicho: “Dómine, ut vídeam! –Señor, que vea”. Hacedle todos los días esta misma y tan corta oración. Meditad diariamente alguna de las grandes verdades de la religión; y cuando advirtiereis que os mueven poco, temed no sea un principio de una ceguera de vuestra alma, que debéis prevenir desde el principio.
 
2º – Considerad cuál es el caso que hacéis de las prácticas más ordinarias de la piedad. La ceguera espiritual nace muchas veces de los descuidos ligeros sobre los más pequeños deberes. Todo se debe temer en materia de salvación cuando se hace poco caso de las cosas pequeñas. La negligencia de pequeños deberes parece de poca consideración, pero si después de tantos medios saludables sin fruto alguno; si continúa la negligencia y la tibieza; si violáis vuestras reglas, vuestras prácticas de piedad sin remordimiento; si no reparáis las consecuencias que pueden seguirse de esas frecuentes infidelidades en el servicio de Dios; si no os sentís movidos de las pequeñas faltas que son ordinarias en vosotros; si después de tantas comuniones y meditaciones sin enmienda y sin fruto estáis tranquilos, temed entonces caer en esta ceguera.

Fuente: Cfr. J. Croisset, sj, Año Cristiano, Tomo XIV