Una nube lo ocultó de su vista

Posted by: Laudem Gloriae

Jesus - Ascension 01 (05c)

Junto a la esperanza y a la gozosa expectativa del cielo, la fiesta de la Ascensión tiene también un tono de melancolía. Frente a la definitiva partida de Jesús, los Apóstoles debieron sentirse presos de una sensación de espanto, ese espanto de quien ve alejarse para siempre al amigo y sostén más querido y se encuentra solo ante las dificultades de la vida. El Señor intuyó el estado de ánimo de los suyos y he aquí que una vez más les consuela prometiendo la venida del Espíritu Santo, del Espíritu Consolador: “Les mandó que no se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen allí la promesa del Padre… Seréis bautizados con el Espíritu Santo de aquí a no muchos días” (Hch. 1,4-5).

Pero tampoco esta vez llegaron a comprender los Apóstoles. ¡Qué necesidad tenían de ser iluminados y transformados por el Espíritu Santo para hacerse aptos de la gran misión que les sería confiada! Por eso, Jesús añadió:
“El Espíritu Santo os dará el valor y seréis mis testigos… hasta la extremidad de la tierra”. Mas, de momento, están allí, en torno al Maestro, débiles, temerosos, asustados, algo así como niños que ven partir a su madre para un país lejano y desconocido. En efecto, mientras sus miradas están fijas en Él, Jesús se eleva a lo alto y una nube le esconde a sus ojos. Es preciso que vengan dos ángeles a distraerles de la consternación en que quedaron y hacerles pensar en la realidad del hecho cumplido; entonces, confiando en la palabra de Cristo, que de aquí en adelante es su único apoyo, regresan a Jerusalén y se recluyen en el Cenáculo para esperar, recogidos en la oración, el cumplimiento de la promesa. Era la primera novena de Pentecostés: “perseveraban concordes en la oración… con María, Madre de Jesús” (Hch. 1,14).

Retiro, recogimiento, oración, concordia con los hermanos, unión con María Santísima, he ahí las características de la novena que debe prepararnos también a nosotros a la venida del Espíritu Santo.
“¡Ay de mí, Señor, que es muy largo este destierro y pásase con grandes penalidades del deseo de mi Dios! Señor, ¿qué hará un alma metida en esta cárcel?... Deseo yo, Señor, contentaros… Veisme aquí, Señor; si es necesario vivir para haceros algún servicio, no rehúso todos cuantos trabajos en la tierra me pueden venir… Mas Señor mío, yo tengo solas palabras, que no valgo para más.

Valgan mis deseos, Dios mío, delante de vuestro divino acatamiento y no miréis a mi poco merecer… ¿Qué haré yo para contentaros? Miserables son mis servicios, aunque hiciese muchos a mi Dios. ¿Pues para qué tengo de estar en esta miserable miseria? Para que se haga la voluntad del Señor. ¿Qué mayor ganancia, ánima mía? Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día y la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto, dudoso, y el tiempo breve, largo; mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios, y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin” (Santa Teresa de Jesús).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina