Vivir unidos al Sagrado Corazón

Posted by: Nycticorax

Sagrado Corazón 02 (08)

Por el Bautismo fuimos injertados en Cristo y sobre Cristo, como se injerta el vástago de una planta en diferente árbol, quedando unido con él. Jesús nos comunica su savia o su vida, que es la gracia del Espíritu Santo. Y así como el árbol y el injerto se hacen una misma cosa y se nutren de la misma savia, así también nuestro corazón y el Corazón del Hombre-Dios deben vivir la misma vida sobrenatural y divina. “¡Qué felices somos –exclamaba San Francisco de Sales– al poder injertar nuestros corazones en el Corazón de Jesús, injertado a su vez en la divinidad! Esta esencia infinitamente preciosa es la raíz del árbol del cual somos ramas”.
 
Así como la cepa de la vid da fruto gracias a la savia, así Jesús obra en nosotros por el Espíritu santificador, sobre todo cuando recibimos la
Sagrada Comunión. “Por ella –decía también San Francisco de Sales– el Salvador lo endereza todo en nosotros, lo purifica todo, lo mortifica todo y todo lo vivifica. Ama en el corazón, comprende en el cerebro, anima en el pecho, ve en los ojos, habla en la lengua y de esta misma manera opera todo en nosotros. Y entonces vivimos, no de nuestra vida, sino de la vida de Jesús que vive en nosotros”. Antes de la comunión, la presencia del Salvador en nosotros es espiritual y celestial; después de la comunión y mientras duran las sagradas especies, su presencia es sacramental, su carne divina se pone en contacto con nuestra carne y guarda nuestra alma para la vida eterna, como dice la Iglesia por boca del sacerdote: Custodiat animam tuam in vitam aeternam.
 
(…) “Ya, pues, que habéis recibido por Señor a Jesucristo –dice el Apóstol San Pablo–, seguid sus pasos, unidos a él como a vuestra raíz y edificados sobre él cómo sobre vuestro fundamento y confirmados en la fe que se os ha enseñado, creciendo más y más en ella con acciones de gracias” (
Col 2, 6-7). Estas palabras significan que, unidos a Jesús por la fe y la caridad interior, y viviendo de su misma vida como hemos meditado, procuremos que nuestra conducta esté en todo conforme al exterior con nuestras interiores disposiciones, imitando para ello las virtudes del divino Maestro, todas ellas brotes de su Sagrado Corazón (…); de modo especial la práctica de dos virtudes (…): la humildad y la mansedumbre (Mt 11, 29).
 
La primera nos hace dóciles con Dios y los Superiores legítimos, condescendientes con el prójimo y severos con nosotros mismos. La segunda nos hace soportar tranquilos las pruebas que nos manda el cielo, las contrariedades de la vida y el trabajo de frenar nuestras malas inclinaciones. Por estas dos virtudes, el reino del Sagrado Corazón se consolida en nosotros, donde implanta el amor perfecto del Creador, fin de nuestra existencia, que debiera ser el único objeto de nuestros anhelos.

Fuente: L.B. c.ss.r., Manual de Meditaciones