Sobre la lectura de la Sagrada Escritura IV

Posted by: Nycticorax

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Culminando en breve el mes dedicado especialísimamente a las Sagradas Escrituras presentamos la última parte del Prólogo de Mons. Juan Straubinger. En una futura entrega veremos las reglas para leer provechosamente la Divina Palabra:
 
Vengamos, pues, a buscarlo en este mágico
“receptor” divino donde, para escuchar su voz, no tenemos más que abrir como llave del dial la tapa del Libro eterno. Y digámosle luego, como le decía un alma creyente: “¡Maravilloso campeón de los pobres afligidos y más maravilloso campeón de los pobres en el espíritu, de los que no tenemos virtudes, de los que sabemos la corrupción de nuestra naturaleza y vivimos sintiendo nuestra incapacidad, temblando ante la idea de tener que entrar, como agrada a los fariseos que Tú nos denunciaste, en el 'viscoso terreno de los méritos propios'! Tú, que viniste para pecadores y no para justos, para enfermos y no para sanos, no tienes asco de mi debilidad, de mi impotencia, de mi incapacidad para hacerte promesas que luego no sabría cumplir, y te contentas con que yo te dé en esa forma el corazón, recociendo que soy la nada y Tú eres el todo, creyendo y confiando en tu amor y en tu bondad hacia mí, y entregándome a escucharte y a seguirte en el camino de las alabanzas al Padre y del sincero amor a mis hermanos, perdonándolos y sirviéndolos como Tú me perdonas y me sirves a mí, ¡oh, Amor santísimo!”
 
Otra de las cosas que llaman la atención al que no está familiarizado con el Nuevo Testamento es la notable frecuencia con que, tanto los evangelios como las epístolas y el Apocalipsis, hablan de la parusía o segunda venida del Señor, ese acontecimiento final y definitivo, que puede llegar en cualquier momento, y que
“vendrá como un ladrón”, mas de improviso que la propia muerte (I Tes 5), presentándolo como una fuerza extraordinaria para mantenernos con la mirada vuelta hacia lo sobrenatural, tanto por el saludable temor con que hemos de vigilar nuestra conducta en todo instante, ante la eventual sorpresa de ver llegar al supremo Juez (Mc 13, 33ss.; Lc 12, 35ss.), cuanto por la amorosa esperanza de ver a Aquel que nos amó y se entregó por nosotros (Gál 2, 20); que traerá con Él su galardón (Apoc 22, 12); que nos transformará a semejanza de Él mismo (Fil 3, 20s.) y nos llamará a su encuentro en los aires (I Tes 4, 16s.) y cuya glorificación quedará consumada a la vista de todos los hombres (Mt 26, 64; Apoc 1, 7), junto con la nuestra (Col 3, 4). ¿Por qué tanta insistencia en ese tema que hoy casi hemos olvidado? Es que San Juan nos dice que el que vive en esa esperanza se santifica como él (I Jn 3, 3), y nos enseña que la plenitud del amor consiste en la confianza con que esperamos ese día (I Jn 4, 17). De ahí que los comentadores atribuyan especialmente la santidad de la primitiva iglesia a esa presentación del futuro que “mantenía la cristiandad anhelante, y lo maravilloso es que muchas generaciones cristianas después de la del 95 (la del Apocalipsis) han vivido, merced a la vieja profecía, las mismas esperanzas y la misma seguridad: el reino esta siempre en el horizonte” (Pirot).
 
A MODO DE EPÍLOGO:
(…)
“Podría escribirse, dice (Mons. Paul W. von Kepler), una teología de la alegría. No faltaría ciertamente material, pero el capítulo más fundamental y más interesante sería el bíblico. Basta tomar un libro de concordancia o índice de la Biblia para ver la importancia que en ella tiene la alegría: los nombres bíblicos que significan alegría se repiten miles y miles de veces. Y ello es muy de considerar en un libro que nunca emplea palabras vanas e innecesarias. Y así la Sagrada Escritura se nos convierte en un paraíso de delicias, paradisus voluptatis (Gn 3, 23) en el que podremos encontrar la alegría cuando la hayamos buscado inútilmente en el mundo o cuando la hayamos perdido.”
FIN