Y el Verbo se hizo Carne...

Posted by: Ioseph

Virgen con el Niño 02 (03)

¿Qué consecuencias prácticas se siguen, para nosotros, de la consideración del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios? Santo Tomás de Aquino enumera cinco:

En primer lugar,
se confirma nuestra fe. En efecto, si alguien dijera algunas cosas de una tierra remota a la que no hubiese ido, no se le creería igual que si allí hubiese estado. Ahora bien, antes de la venida de Cristo al mundo, los Patriarcas y los Profetas y Juan Bautista dijeron algunas cosas acerca de Dios, y sin embargo no les creyeron a ellos los hombres como a Cristo, el cual estuvo con Dios, y que además es uno con El. De aquí que nuestra fe, que nos transmitió el mismo Cristo, sea más firme. Juan 1, 18: “Nadie ha visto jamás a Dios: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha revelado”. De aquí resulta que muchos secretos de la fe se nos han manifestado después de la venida de Cristo, los cuales estaban antes ocultos.

En segundo lugar, por todo ello
se eleva nuestra esperanza. En efecto, es claro que el Hijo de Dios no vino, asumiendo nuestra carne, por negocio de poca monta, sino para una gran utilidad nuestra; por lo cual efectuó cierto canje, o sea, que tomó un cuerpo con una alma, y se dignó nacer de la Virgen, para hacernos el don de su divinidad; y así, El se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Rom 5, 2: “Por quien hemos obtenido, mediante la fe, el acceso a esta gracia, en la cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios”.

En tercer lugar, con todo ello
se inflama la caridad. En efecto, ninguna prueba de la divina caridad es tan evidente como la de que Dios, creador de todas las cosas, se haya hecho criatura, que nuestro Dios se haya hecho nuestro hermano, que el Hijo de Dios se haya hecho hijo del hombre. Juan 3, 16: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. Por lo tanto, por esta consideración el amor a Dios debe reencenderse e inflamarse.

En cuarto lugar,
somos llevados a guardar pura el alma. En efecto, de tal manera ha sido ennoblecida y exaltada nuestra naturaleza por la unión con Dios, que ha sido elevada a la unidad con una persona divina. Por lo cual, recordando su exaltación y meditando sobre ella, debe el hombre guardarse de mancharse y de manchar su naturaleza con el pecado. Por eso dice San Pedro (II Pe 1, 4): “Por quien nos han sido dadas las magníficas y preciosas promesas, para que por ellas nos hagamos partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción de la concupiscencia que hay en el mundo”.

En quinto lugar, con todo ello
se nos inflama el deseo de alcanzar a Cristo. En efecto, si algún rey fuese hermano de alguien y estuviese lejos de él, ese cuyo hermano fuese el rey desearía llegar a él, y con él estar y permanecer. Por lo cual, como Cristo es nuestro hermano, debemos desear estar con él y unírnosle: Mt 24, 28: “Donde esté el cuerpo, allí se juntarán las águilas”. Y el Apóstol deseaba morir y estar con Cristo. Y este deseo crece en nosotros si meditamos sobre su encarnación.

Fuente: Santo Tomás de Aquino, El Credo Comentado