El triunfo de Cristo es nuestro triunfo (I)

Posted by: Lotario de Segni

Resurrección 01 (09)

Nuevamente ha llegado la solemnidad católica de la Pascua: saludémosla con todo el fervor de nuestras almas y abandonémonos por completo a las dulces reflexiones que ella inspira.
Así como la Semana Santa es el recuerdo de nuestra primera persecución, la Pascua es el recuerdo de nuestra primera victoria. Los fariseos matando al Redentor y encerrando bajo sellos su cadáver sangriento en el sepulcro, habían creído matar y enterrar con Él a la doctrina que aborrecían. Pues bien, ni lo uno ni lo otro sucedió. El cuerpo sepultado rompió los sellos de la Sinagoga y abrió la piedra del sepulcro; y la doctrina aborrecida, aquella doctrina santa y divina, ahí está llenando al mundo después de veinte siglos, y haciendo repetir a sus fieles creyentes el gozoso
Aleluya que de generación en generación ha llegado hasta nosotros.
 
El triunfo de los impíos fue de tres días escasos: al empezar la tarde del viernes se paseaban orgullosamente delante de la cruz, meneando la cabeza con aire de mofa e insultando con despiadados sarcasmos la dolorosa agonía del Hombre-Dios: ¡la aurora del domingo alumbró ya la ignominia y confusión de su derrota! Los discípulos y la Purísima Señora, Madre tuya y mía, lloraron el viernes los horrores de aquella tragedia cruel que privaba del Maestro y del Hijo tan amado: ¡al amanecer del domingo sus lágrimas ya no eran sino de regocijo, y la Reina de los Cielos no recibía ya de los suyos muestras de compasión sino saludos festivos de alegría!
 
¿Eres católico, y miras con lágrimas el menosprecio de tu religión, la ruina de tus altares, la dolorosa pasión de su augusto Jefe? ¿Eres católico, y oyes con dolor todos los días el frío sarcasmo de la impiedad, que como agudo puñal traspasa tu corazón piadoso? ¿Eres católico, y te indigna, contrista y agobia la irrisión de tus enemigos y la loca embriaguez con que al pié de la cruz celebran su pasajera victoria?
Pues bien;
Aleluya. Todo eso pasará como pasó la fiera borrasca del Calvario; porque la hora del hombre es breve y en cambio la de Dios es eterna. Pasará y no dejará otro rastro que el que dejan las amarguras; es decir, la dulce satisfacción de haberlas pasado, sin otro resultado que el de todos nuestros combates, la gloria de haberlos vencido.
 
Muy significativo es que nuestra primera persecución termine tan brevemente y con tan gloriosos triunfos. Diríase que Dios ha querido hacernos perder el miedo a la persecución, mostrándonos ya desde el principio los supremos rigores de ella en su divina persona: diríase que ha querido darnos prendas y fianzas de nuestra victoria, enseñándonos ya desde el primer día la suya. Y hoy, de pié sobre la lápida de su sepulcro, teniendo a sus plantas vencidos y deslumbrados a los soldados de su guardia, radiante con la luz que a torrentes brota de sus llagas de ayer, parece decirnos a nosotros, víctimas como Él y crucificados y escarnecidos y agobiados:
“Mirad, ¿qué puede hacer el infierno que no lo haya hecho ya sobre mí? ¿No me puso pendiente de tres clavos sobre la cruz? ¿No me encerró en el sepulcro? Pues bien; miradme hoy y aprended de mí; ¡mi persecución ha sido el preludio de otras persecuciones, pero mi victoria lo será también de otras victorias! ¡La muerte y la Vida estuvimos luchando en un duelo admirable: la muerte yace a mis pies vencida; el Caudillo de la vida reina ya para no morir más!”
 
Esta voz elocuente sale aún hoy del sepulcro abierto por el Salvador hace veinte siglos. Esta voz que en los combates ha alentado a los hijos de la cruz, que ha sostenido a los mártires en sus luchas contra los paganos, nos sostendrá a nosotros en las luchas de hoy. Pues no se vence si no se lucha y no se triunfa si no se vence.

     Fuente: Pbro. Félix Sardá y Salvany, Propaganda Católica, Barcelona, 1871