Negociemos con el tiempo

Posted by: Laudem Gloriae

Reloj 03 (03b)

En este último día del año, me postro a tus pies Jesús, para considerar el valor del tiempo a la luz de la eternidad.
El tiempo pasa y no vuelve más. Dios ha señalado a cada uno de nosotros un tiempo determinado para realizar el plan que se ha prefijado sobre nuestras almas: disponemos de este tiempo, y únicamente de éste. El tiempo mal empleado se ha perdido para siempre. Así es nuestra vida: un continuo fluir, un incesante correr del tiempo que ya no vuelve.
En la eternidad, por el contrario, ya no sufriremos cambios, sino que permaneceremos eternamente inmutables en el grado de amor que alcancemos en el tiempo: si conseguimos un alto grado de amor, nuestra gloria y nuestro amor eternos gozarán de la misma altura; pero si nuestro caudal de amor es exiguo, no dispondremos de más por toda la eternidad. Acabado el fluir del tiempo, ya no es posible ningún progreso. “Por consiguiente, mientras hay tiempo, hagamos el bien” (Gál. 6, 10).

Se trata de dar a cada instante el máximo amor, de hacer eterno el instante que huye, dándole el valor de la eternidad: he aquí el mejor modo de emplear el tiempo que el Señor nos concede. Por medio de la caridad nos podemos unir con docilidad y amor a la voluntad de Dios y de este modo al fin de la vida habremos realizado los designios de Dios sobre nuestra alma y habremos alcanzado el grado de amor que Dios espera de cada uno de nosotros y con el cual le amaremos y glorificaremos por toda la eternidad.

¡Oh Señor!, al pensar en el nuevo año transcurrido que Tú me has dado para crecer en tu amor, no puedo menos que quejarme de mí mismo y decirte mil veces: ¡Qué poco te he amado, Dios mío, qué mal he empleado el tiempo!
Veo, oh Señor, que el mejor modo de recuperar el tiempo perdido es dándome con todas mis fuerzas al ejercicio del amor. ¡Oh, cómo se intensificará mi amor si aprendo a hacer por amor tuyo todos mis deberes y todas mis buenas obras “con todo el corazón”, o sea, “con toda la buena voluntad”! Pero ¡ay!, me siento tan débil y flaco, tan indolente e inclinado a huir el esfuerzo y a evitar o, al menos, a disminuir el sacrificio…; mi naturaleza tiende siempre a lo más fácil, a lo menos trabajoso, y cae fácilmente en la negligencia y en la desgana. Ayúdame tú, Señor, y robustece mi amor con la fuerza omnipotente del tuyo. Ya que es tan poco lo que puedo hacer por ti, que al menos lo haga con todo el amor de que me has hecho capaz.

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina

San Esteban Protomártir

Posted by: Nycticorax

San Esteban 03 (04b) - Martirio

¿Por qué - preguntaba San Agustín - Jesús temió a la muerte durante la agonía del Huerto de los Olivos, y en cambio los mártires no sintieron ante ella el menor temor? Contesta el Santo Doctor: “Porque tomó sobre sí la debilidad de los mártires y les prestó su fortaleza divina”. San León dice que Cristo era hombre para sí mismo, pero Dios para los demás; así nos lo hizo ver en Belén al tomar la frágil naturaleza humana para comunicarnos la omnipotencia divina de su gracia.
San Esteban, primer mártir de la Iglesia y modelo de todos los que derramaron la sangre por Jesús, recibió del divino Maestro un valor invencible para enfrentarse con la muerte.
Plenus fortitudine. Mientras sus enemigos, exasperados, ardían de ira contra él, Esteban, olvidándose totalmente de sí, sólo piensa en Cristo, y dice: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios”.

Entonces los judíos se abalanzaron contra él y le sacaron de la ciudad, para apedrearle. El santo diácono, puesto de rodillas, aguantaba la lluvia de piedras, y en medio del martirio, generosamente, imitando al divino Maestro, oró por los verdugos, clamando en alta voz:
“Señor, no le hagas cargo de este pecado”. Y murió, consiguiendo de Dios por sus oraciones, según San Agustín, la conversión de Saulo, que había presenciado su muerte y que más tarde sería el gran Apóstol de las naciones.

Aprendamos de San Esteban a sacar de la oración fuerzas para sufrir y perdonar a los enemigos. En medio de las penas e injusticias que contra nosotros cometen los hombres, levantemos como él los ojos al cielo; allí veremos por la fe, a la diestra de Dios Padre, a Jesús en pie y revestido de todo su poder, es decir, dispuesto a socorrernos, a fortificarnos y consolarnos. Invoquémosle, por tanto, en las pruebas como hicieron los mártires, y a ejemplo de Esteban y de tantos como le imitaron, dejemos que los labios pronuncien palabras de perdón a favor de quienes nos persiguen, critican, calumnian y hacen padecer, porque estas palabras, llevadas por los ángeles hasta el trono del Cordero, harán caer sobre nosotros lluvia de gracias y de bendiciones.

¡Oh Verbo encarnado entre nosotros! Viniste a la tierra para “ser blanco de contradicción” (Lc 2, 34), de esa contradicción que te persigue desde los días de la infancia y que no cesará hasta la muerte. Por intercesión de María, de José y de San Esteban, protomártir, te ruego me concedas espíritu de humildad, de dulzura y de paciencia para padecer contigo y sin quejarme de todas las amarguras de la vida. Propongo firmemente encomendar a tu misericordia a cuantos me contraríen hoy, brindándome ocasión de enfrentar mi amor propio.

Fuente: L. B., C, SS. R., Manual de Meditaciones

Ha aparecido el Salvador

Posted by: Ioseph

Navidad 02 (14)

¡Dios es caridad, Dios nos ha amado con amor eterno!
“Parece como si Dios dijera:
el hombre no me ama porque no me ve, quiero dejarme ver de él para que así me ame. El amor de Dios hacia el hombre era extremadamente grande y así lo había sido desde toda la eternidad; pero este amor no se había mostrado todavía... Cuando el Hijo de Dios apareció Niño en un portal, reclinado sobre la paja, entonces se manifestó de veras” (San Alfonso).
Este es el misterio de Navidad; este es el grito jubiloso de San Pablo:
“La gracia de Dios Nuestro Salvador se ha manifestado a todos los hombres... Ha aparecido la benignidad de Dios Salvador nuestro y su amor por los hombres”. He aquí el anuncio feliz de la grande alegría que el ángel lleva a los pastores: “Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor”.

En el oficio litúrgico de hoy se suceden los textos en un tono jubiloso creciente que canta al dulcísimo Niño Jesús, el Verbo humanado, vivo, palpitante de amor entre nosotros:
“¿A quién habéis visto, pastores? Decidlo, anunciádnoslo; ¿Quién ha aparecido en la tierra? Hemos visto al Niño y ejércitos enteros de ángeles que alababan al Señor”.
“Alégrense los cielos y regocíjese toda la tierra a la presencia del Señor”. Nuestro Dios está aquí, en medio de nosotros, hecho uno de nosotros: “Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo... Su nombre es: Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre del siglo futuro... ¡Alégrate, hija de Sión, canta, hija de Jerusalén! ¡Ensalzad al Señor, habitantes de la tierra! ¡Venid, oh gentes, y adorad al señor!”.
Levantaos, venid, adorad, escuchad, regocijaos: Jesús, el Verbo del Padre, nos dice estas grandiosas palabras: ¡Dios os ama!

“¡Oh Trinidad poderosa Y eterna! ¡Oh dulcísima e inefable caridad! ¿Quién no se inflamará ante tanto amor? ¿Qué corazón resistirá al incendio de tu Caridad?
“¡Oh abismo de caridad! Tan perdidamente enamorado estás de las criaturas que parece que no puedes vivir sin ellas. Y, sin embargo, Tú eres nuestro Dios; Tú no tienes necesidad de nosotros; nuestro bien nada añade a tu grandeza, pues eres inmutable; nuestro mal ningún daño podía ocasionarte, siendo Tú la soberana y eterna bondad. ¿Qué cosa, pues, te mueve a una tan grande misericordia? El Amor. Porque Tú no tienes ninguna obligación para con nosotros ni tienes necesidad alguna de nosotros. ¿Quién te trae, oh Dios infinito, hacia mí, miserable criatura? Nadie más que Tú mismo, ¡Oh Fuego de Amor! Sólo te indujo el amor. Y el amor continúa siempre induciéndote.
“Tú, suma dulzura, te has dignado unirte con nuestra amargura; Tú, resplandor, con las tinieblas; Tú, sabiduría, con la ignorancia; Tú, vida, con la muerte; Tú, infinito, con nosotros finitos”
(Santa Catalina de Siena).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina

La Inmaculada Concepción de María (II)

Posted by: Juan Sobiesky

Inmaculada Concepción 08 (03)
Aparición de la Inmaculada a San Francisco

II. La Inmaculada, alegría de los fieles. - Si como simples mortales participamos ya de la exaltación de María, como cristianos, redimidos por la Sangre de su Hijo e hijos de sus dolores maternales, poseemos un doble título al júbilo y regocijo. Esa Mujer tan exaltada es... Madre nuestra.
Inmensa dicha, pero enorme responsabilidad. Los hijos llevan sangre de sus padres. No desdoremos, pues, la Sangre purísima de nuestra Madre con una conducta indigna de tanta alteza. El misterio de la Inmaculada Concepción viene a ser para los cristianos un imperativo que reclama y exige una vida pura e incontaminada. Ésa es la gracia que pide la Iglesia en las oraciones de la Misa.

Cuidemos, pues, de adquirir esa joya tan preciada de la santa pureza. Sean puros nuestros pensamientos, deseos, afectos, sentimientos, palabras y obras; respire pureza nuestro continente externo, nuestra vida entera. Suspiremos por tan encantadora virtud, y roguemos humildemente a la Madre celestial nos haga participar por la pureza de su privilegio excelso de Reina inmaculada.

Fuente: Joaquín Sanchis Alventosa, o.f.m., Misal Meditado

A Jesús a través de María

Posted by: Laudem Gloriae

Virgen de la Medalla Milagrosa 02 (04)

Otro aspecto de la vida mariana es la imitación de María. Jesús es el camino que conduce al Padre; Él es el único modelo; pero ¿quién más semejante a Jesús que María? ¿Quién poseyó con más profundidad que María los mismos sentimientos de Cristo?
“¡Oh Señora! -exclama San Bernardo- Dios mora en ti y Tú en Él. Tú le revistes con la substancia de tu carne y Él te reviste con la gloria de su Majestad”. Al encarnarse y habitar en el seno purísimo de la Virgen, Jesús la revistió de sí, le comunicó sus perfecciones infinitas, le infundió sus sentimientos, sus deseos, su querer; y María, que se abandonó totalmente a aquella acción profunda de su Hijo, fue transformada plenamente en Él, hasta ser su más fiel retrato. “María -canta la liturgia- es la imagen perfectísima de Cristo, pintada al vivo por el Espíritu Santo”.

El Espíritu Santo, que es el espíritu de Jesús, se posesionó totalmente del alma purísima y dulcísima de María, y esculpió en ella, con una perfección y delicadeza sumas, todas las líneas, todas las características del alma de Cristo; con razón se puede decir que imitar a María es imitar a Jesús. Precisamente por esto nosotros la elegimos por modelo. Del mismo modo que no amamos a María por sí misma, sino en orden y en unión con Cristo, de quien es Madre, así tampoco la imitamos en sí misma, sino con relación a Cristo, de quien es imagen perfectísima. Jesús es el único camino que lleva al Padre, y María es el camino más seguro y más fácil para ir a Jesús. Al encarnar en sí las perfecciones del Padre, Jesús nos hizo posible su imitación. María, modelando en sí las perfecciones de Jesús, nos las ha hecho más accesibles, nos las ha puesto más a nuestro alcance.
Por otra parte, nadie podrá decir con mayor sinceridad y verdad que María: “Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (I Cor. 4, 16). Como Jesús vino a nosotros a través de María, así tenemos que ir nosotros a Jesús por medio de María.

“¡Madre mía! Tu belleza enamoró a Dios y le hizo descender del cielo a tu seno, y yo ¿podré vivir sin amarte? No, no descansaré hasta amarte verdaderamente, con un amor constante y tierno hacia ti, Madre mía. Sí, quiero amarte, dulcísima Madre, quiero amarte, pero al mismo tiempo tengo miedo de no amarte, porque sé que el amor hace semejante al amante y al amado… Si soy, pues, tan diferente de ti, ¿es señal de que no te amo? ¡Tú tan pura, yo tan impuro! ¡Tú tan humilde, yo tan soberbio! ¡Tú tan santa, yo tan pecador! Pero, Madre mía, esto es lo que tienes que hacer Tú, pues me amas: hacerme semejante a ti. Tú puedes cambiar los corazones; toma el mío y cámbialo. ¡Muestra al mundo cuánto puedes para favorecer a los que Tú amas! ¡Hazme santo, hazme digno hijo tuyo!” (San Alfonso).

Fuente: Cf. P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina

Siete consideraciones para cada día de la semana (III.b)

Posted by: Ioseph

San José 16 (52)
Muerte de San José

MARTES: La muerte (continuación)

3. - Considera también que del momento de tu muerte depende tu dicha o tu desdicha eterna. Estando a punto de dar el último suspiro y a la luz de aquel cirio ¡cuántas cosas veremos! La Iglesia enciende dos cirios para nosotros, uno en nuestro Bautismo, para mostrarnos los preceptos de la Ley de Dios, y el otro en el trance de nuestra muerte, para que podamos conocer si los hemos observado.

A la claridad de aquella última luz, verás, hijo mío, si has amado a Dios durante tu vida o si le has despreciado; si has respetado su santo Nombre o lo has blasfemado; verás las fiestas que has profanado, las Misas que no has oído, las desobediencias a tus superiores, el escándalo que has dado a tus compañeros; verás aquella soberbia, aquel orgullo que te engañaron; verás... Pero ¡oh Dios mío! todo esto lo verás en el momento en que se abrirá delante de ti el camino de la eternidad.
Moméntum a quo péndet aetérnitas. Sí, de aquel instante depende una eternidad de gloria o de tormento. ¿Comprendes lo que te digo? De aquel momento depende para ti el Paraíso o el infierno; el ser para siempre feliz o desgraciado; para siempre hijo de Dios o esclavo del demonio; o siempre gozar con los ángeles y santos en el Cielo, o gemir y arder para siempre con los condenados en el infierno.

Teme mucho por tu alma, y piensa que de una vida santa y buena depende una buena muerte y una eterna gloria. Por lo tanto, sin pérdida de tiempo, arregla tu conciencia con una buena confesión, prometiendo al Señor perdonar a tus enemigos, reparar los escándalos, ser más obediente, abstenerte de comer carne en los días prohibidos, no perder el tiempo, santificar los días consagrados a Dios y cumplir los deberes de tu estado. Y desde ahora, arrojándote a los pies de Jesús, dile:
“Señor y Dios mío, desde este momento me convierto a Vos: os amo, quiero serviros y amaros hasta la muerte. Virgen Santísima, Madre mía, ayudadme en aquel instante terrible. Jesús, José y María, en vuestros brazos expire en paz el alma mía”.

Fuente: San Juan Bosco, La juventud instruida

La Inmaculada Concepción de María (I)

Posted by: Juan Sobiesky

Inmaculada Concepción 07 (13)
Inmaculada Concepción - Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)

La fecha 8 de diciembre viene envuelta en un ambiente más fácil de sentir que de definir. No reprimamos sentimientos tan justos; demos más bien libre curso a nuestro entusiasmo y regocijémonos en día tan señalado, ya que son tantos los títulos que tenemos para ello.

I. María Inmaculada, Gloria de la humanidad. - ¿Quién podrá concebir el júbilo que henchiría los cielos a la aparición del astro brillante de la Purísima Virgen? Esteban Murillo ha querido darnos una imagen de momento tan augusto. Sobre un trono de nubes, sostenido por un coro de ángeles, el Alma de María, al punto de ser creada por el Altísimo, es llevada a la tierra, donde va a unirse a su Cuerpo purísimo. Su nívea túnica refleja la pureza en que ha sido creada; su manto azul proclama las gracias y las virtudes que la adornan; su continente esbelto préstale aire de reina. Los ojos levantados al cielo y las manos cruzadas en santo recogimiento sobre el pecho, nos revelan el primer acto de aquella inocente criatura: Arrobada en amor del diestro Artífice que acaba de llamarla a la existencia y de dotarla de prerrogativas tan singulares, entona, llena de júbilo, su Gaudens gaudebo(1), que es a la vez cántico de gratitud y de homenaje a su Dios y Señor.

Los ángeles la escucharían atónitos, rindiendo pleitesía a su Reina y Señora. Pero nosotros nos atrevemos a más. Caemos, sí, de rodillas ante prodigio tan extraordinario; pero, participando de su júbilo, hacemos propias las notas de su canto, conscientes de que el encumbramiento de María nos llena también a nosotros de gloria.

En efecto, así como por la unión hipostática toda la naturaleza humana fué en cierto modo elevada, de manera análoga podemos decir que en la Concepción de María fué exaltada la humanidad entera. Verdaderamente «ha aparecido una señal grande en los cielos», una criatura purísima sobre toda ponderación. Y esa criatura es una mujer, carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos, por cuyas venas corre la misma sangre que recibimos todos de Adán. Sí, una mujer ha sido exaltada sobre todas las jerarquías angélicas a una dignidad y honor casi divinos; a una pura mujer sirven los ángeles y los arcángeles como a su Dueña; aclaman los tronos, principados y potestades por Reina; honran dominaciones y virtudes de los cielos como a su Señora, y bendicen los querubines y serafines cual Trono de Dios. ¿Qué otros títulos, fuera de los que le prestó la unión hipostática, podrían imaginarse que fueran más honrosos para la naturaleza humana?

¡Oh suerte la nuestra! El corazón no puede contener el gozo y desborda en cánticos de loor a nuestra Señora. Sí, felicitémosla y felicitémonos a nosotros mismos por la gloria que nos cabe en su glorificación. «Ave, María ... Bendita Tú eres entre todas las mujeres.»

(1) Cfr.
Is 61, 10.

Fuente: Joaquín Sanchis Alventosa, o.f.m., Misal Meditado

Siete consideraciones para cada día de la semana (III.a)

Posted by: Ioseph

Muerte 02 (03)
Buena muerte

MARTES: La muerte

l. - La muerte consiste en la separación del alma del cuerpo y en el abandono absoluto de las cosas de este mundo. Considera, pues, hijo mío, que tu alma debe necesariamente separarse de tu cuerpo, pero no sabes en qué lugar puede sorprenderte esta separación. No sabes si la muerte te sorprenderá en tu cama, en el trabajo, en la calle o en otro sitio.
La ruptura de una vena, un catarro, una fiebre, una caída, una herida, un terremoto, un rayo, son suficientes para quitarte la vida. Y esto puede sucederte en un año, en un mes, en una semana, en una hora, y quizá mientras lees u oyes leer estas páginas. ¡Cuántos se han acostado sanos por la noche, y han sido encontrados muertos al día siguiente! Otros, atacados de apoplejía, murieron de improviso. ¿Qué habrá sido de su alma? Si estaban en gracia, ¡dichosos de ellos! son eternamente felices; si en pecado, serán eternamente atormentados.
Y tú, hijo mío, si debieses morir en este momento, ¿qué sería de tu alma? ¡Desgraciado de ti si no estás preparado!, porque el que no está dispuesto a morir bien hoy, corre gran riesgo de morir mal.

2. - Aunque el lugar y la hora de tu muerte no te sean conocidos, no puedes dudar empero que están irrevocablemente determinados. Y aunque, como quiero esperar, no te sorprenda una muerte repentina, sin embargo la última hora de tu vida debe llegar, y en esa hora, tendido en un lecho, asistido por un sacerdote que rezará por ti las oraciones de los agonizantes, rodeado de tu familia afligida, con el crucifijo a un lado y el cirio bendito encendido al otro, te encontrarás a la puerta de la eternidad. Tu cabeza dolorida no encontrará reposo, tus ojos no tardarán en oscurecerse tu lengua estará ardiendo, tu pecho oprimido, la sangre se helará en tus venas, tu cuerpo será traspasado por mil dolores. En cuanto tu alma haya abandonado tu cuerpo, éste, revestido de un sudario, será arrojado a una fosa, en donde se convertirá en podredumbre; los gusanos pronto lo devorarán, no quedando ya de ti sino algunos huesos descarnados y un poco de polvo infecto.

Abre la tumba de un joven rico, de un hombre ambicioso y poderoso en el mundo, y mira lo que queda de ellos: pues lo mismo te sucederá a ti. ¡Oh hijo mío! que estos pensamientos te hagan tomar la resolución eficaz de asegurarte una buena muerte. Ahora el demonio, para inducirte a pecar, se esfuerza en distraerte de este pensamiento, en cubrir y excusar la culpa, diciéndote que no hay gran mal en aquel placer, en aquella desobediencia, en faltar a la Misa en los días festivos; pero en el momento de la muerte te hará conocer la gravedad de tus faltas y te las representará todas vivamente. ¿Qué le responderás tú en aquel terrible instante? ¡Ay de aquel que entonces se encontrare en desgracia de Dios!

Fuente: San Juan Bosco, La juventud instruida