La Parusía y el anciano Simeón

Posted by: Lotario de Segni

Jesus 08 (09)

Entre las causas de anemia y atonía del catolicismo actual, es preciso contar y advertir un descuido, ¡entre tantos descuidos!... llamémoslos delicadamente así…, el descuido de una verdad que, aunque desatendida, nos vemos sin embargo obligados a proclamar con voz firme, cada vez que rezamos el Credo, el Símbolo Apostólico: “Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”, y el Símbolo Nicenoconstantinopolitano añade: “Con gloria”.

Transcurridos ya veinte siglos desde la ascensión del Señor, su venida se ha aproximado, y en medida tal, que ya algunas de las señales que nos ha dado para detectar su proximidad se están dando, de modo que un pontífice tan sabio y ponderado como San Pío X ha podido escribir en su primera encíclica estas graves palabras:
“Nos atemorizaba, más que nada, el estado por demás aflictivo en que se encuentra la Humanidad al presente (…). De tal modo que ya es común la voz de los enemigos de Dios: 'Apártate de nosotros' (Job 21, 14). De aquí que ya casi se haya extinguido por completo en la mayoría de los hombres el respeto al eterno Dios sin tener para nada en cuenta su Voluntad suprema en las manifestaciones de su vida pública y privada (…). Quien considere todas estas cosas puede, con razón, temer que esta perversidad de los espíritus sea como un anticipo y comienzo de los males que estaban reservados para el fin de los tiempos, o que ya se encuentra en este mundo el ‘hijo de la perdición’ (2 Tes. 2,3) del que nos habla el Apóstol”.

Por ello, el cristiano que ha tenido el honor y el riesgo de haber sido escogido para vivir la fe católica en el tiempo más temible de la historia, en su desenlace, debe esforzarse en adquirir, por imposición misma de las circunstancias y exigencias de este tiempo extremo, ciertas virtudes y rasgos bien marcados en su personalidad religiosa, lo que con mayor razón deben hacer los sacerdotes, llamados a ser jefes y modelos en el pueblo de Dios.
Varios de esos rasgos y virtudes los vemos corporizados en un arquetipo, el Anciano Simeón, santo de otra época, la cual sin embargo tiene tantas semejanzas con la actual, que podemos aprender de él a vivir la nuestra.

El Anciano Simeón representaba la
“espera de Israel” y a todos los Profetas, esos hombres llenos del Espíritu de Dios, que siglo tras siglo habían alimentado la llama de esa “espera”.
Todo cristiano y con mayor razón, todo sacerdote que llegue a un convencimiento serio de la inminencia del cumplimiento de la promesa de su segunda venida (…), debe responder con el
“Ven Señor Jesús”, de Ap. 22,20 y como Pablo en 1Cor. 16,22: Marana-tha! ¡Ven, Señor nuestro! (…).
Como el Anciano Simeón, también nosotros debemos hacerle el homenaje de nuestra “espera” y darle la alegría de “sentirse esperado”, y luego, también como Simeón,
reconocerlo y manifestarlo.

Aunque estas dos últimas tareas deben ser realizadas primariamente por el sacerdote como Iglesia docente, el laico no puede excusarse de sentirse comprometido a capacitarse y colaborar también en ello, en servicio y beneficio de todo el pueblo de Dios, especialmente de los más “pequeños” y débiles en la fe, y armarse y combatir, todos por todos, con las armas de la luz, para que ni el menor de los hijos de la Iglesia sea engañado y vencido por el Anticristo y sus apóstoles, en ese tiempo temible anunciado por el Señor en Mt. 24,31, tiempo que nos preguntamos, no sin razón, si no es ya el nuestro, en que
“se levantarán falsos mesías y falsos profetas y obrarán grandes señales y prodigios para inducir a error, si posible fuera, aún a los mismos elegidos”.

Fuente: Pbro. Néstor Sato, La Parusía y en Anciano Simeón, Revista “Gladius” nº 27, Fundación “Gladius”, 1993