La práctica de la humildad (V)

ACLARACIÓN
Por faltar varios días el servicio de internet en el pueblo donde residimos, no hemos podido realizar las publicaciones con la frecuencia debida, porque ese corte nos afectó en la organización de varias obligaciones contraídas.
Pedimos disculpas. Muchas gracias.
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Posted by: Ioseph

Jesus 06 (06)

Si entre los que te rodean hay alguno que te parece despreciable, obrarás sabia y prudentemente si en vez de publicar y censurar sus defectos te fijas en las buenas cualidades naturales y sobrenaturales de que Dios le ha dotado, y que le hacen digno de respeto y honor. Al menos, ve siempre en él a una criatura de Dios, formada a su imagen y semejanza, rescatada con la sangre preciosa de Jesucristo, un cristiano marcado con la luz del rostro de Dios, un alma capaz de verle y poseerle por toda la eternidad, y quizá un predestinado por el consejo secreto de su adorable providencia. ¿Sabes tú, acaso, las gracias que el Señor ha derramado sobre él, o las que va a derramar? Pero sin entrar en más averiguaciones, quizá lo mejor sería rechazar inmediatamente todos esos pensamientos de desprecio como venenosas inspiraciones del tentador.

Cuando te alaben, en vez de llenarte de vanagloria, piensa si aquellas alabanzas no serán la recompensa de lo poco bueno que has hecho. Evoca interiormente tu miseria merecedora del desprecio de los demás, y procura cortar la conversación, no para cosechar más alabanzas, como los soberbios que fingen ser humildes, sino con tal tacto y discreción, que no se vuelvan a acordar de ti. Y si no lo consigues, refiere a Dios todo el honor y toda la gloria, diciendo con Baruch y Daniel:
A ti, Señor, toda honra y gloria y a nosotros, la vergüenza y el oprobio.

En la misma proporción en que deben causarte disgusto las alabanzas a ti dispensadas, debes experimentar alegría por los elogios y honores a los demás y, por tu parte, debes contribuir a honrarles en la medida en que la franqueza y la verdad te lo permitan. Los envidiosos no saben soportar las glorias del prójimo, porque estiman que van en disminución de las propias; precisamente por esto deslizan hábilmente en las conversaciones ciertas palabras ambiguas o frases de doble sentido, dirigidas a menguar o a hacer dudosos los méritos que, con resentimiento por su parte, adornan a los demás. Tú no debes obrar así porque, alabando a tu prójimo, alabas simultáneamente al Señor y le agradeces los dones que distribuye y los beneficios que se pueden obtener para Su servicio.

Cuando oigas que difaman a tu prójimo, siente un verdadero dolor, y busca una excusa para el malediciente; pero tienes que salir en defensa de la persona que es blanco de la murmuración, y con tal destreza, que tu defensa no se convierta en una segunda acusación; así, ora insinuarás sus cualidades, ora pondrás de relieve la estima que merece a los otros y a ti mismo, ora cambiarás hábilmente de conversación o harás ostensible tu desagrado. Obrando de esta manera, harás un gran bien a ti mismo, al malediciente, a los oyentes y a aquel de quien se habla. Mas si tú, sin hacerte la más mínima violencia, te complaces en ver a tu prójimo humillado y te disgustas cuando lo ensalzan, ¡cuánto te falta todavía para alcanzar el tesoro incomparable de la humildad!

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad