La práctica de la humildad (VIII)

Posted by: Ioseph

San Pío de Pietrelcina 02 (07)
San Pío de Pietrelcina

Si en la Comunión tu corazón está inflamado de amor divino, tu espíritu debe estar penetrado de sentimientos de verdadera humildad. ¿Cómo no asombrarte al considerar que un Dios infinitamente puro e infinitamente santo llegue a esos extremos de amor por una miserable criatura como tú, y se te dé a Sí mismo en alimento?
Abísmate en las profundidades de tu indignidad; acércate a la adorable santidad de Dios con suma reverencia, y cuando a este amable Señor, que es todo caridad, le plazca acariciarte, haciéndote partícipe de sus inefables dulzuras, no disminuyas en nada el respeto debido a su infinita Majestad, no salgas nunca del lugar que te corresponde, y que es la sumisión, la abyección y la nada; pero que el sentimiento de tu pobreza y de tu miseria no te lleve a cerrar tu corazón y a menguar en nada esa santa confianza que debes tener en tan celestial banquete; antes, por el contrario, debe hacerte crecer en amor a tu Dios que se humilla hasta convertirse en alimento de tu alma.

Ten con tu prójimo vísceras de caridad y un manantial perenne de afabilidad y dulzura; busca con santa avidez la manera de ayudarle en todo; pero hazlo siempre por dar gusto al Señor; examina bien los motivos que te impulsan a obrar para descubrir las emboscadas de la vanidad y del amor propio; sólo a Dios debes referir todo el bien que hagas, porque has de saber que es una gran ganancia mantener oculta y secreta una obra buena de modo que sólo Dios la conozca; si por descuido tuyo viene a ser conocida de los hombres, pierde casi todo su valor, como un hermoso fruto que los pájaros han empezado a picotear.

Ese saludable temor de desagradar a Dios que debes tener irá siempre acompañado de una continua súplica para que no te deje caer e impida con su infinita misericordia tan gran desastre. Este es el santo gemir del corazón, recomendado por los santos, que lleva a estar en guardia en todas nuestras acciones, a meditar en las verdades divinas y a despreciar las cosas temporales, a practicar la oración interior y a mantenerse alejado de todo lo que no sea Dios. En una palabra, es la fuente de la verdadera humildad y pobreza de espíritu; no la abandones nunca y, en lo posible, pídela sin interrupción.

Fuente: Gioacchino Pecci (Luego León XIII), La práctica de la humildad