La prontitud, la obediencia y la abnegación de San José (II)

Posted by: Ioseph

San José 12 (49)
Retorno de la Huída a Egipto

Punto segundo:
Ese José que vemos está pronto para erguirse y, como dice el Evangelio, cumplir la voluntad de Dios (Mt 1, 24; 2, 14). Coincide su respuesta con la de Isaías en el instante de recibir el llamamiento: Heme aquí, Señor, envíame. (Is 6, 8, en relación con 1 Sam 3, 8ss). Esa llamada informará su vida entera en adelante. Pero también hay otro texto de la Escritura que viene aquí a propósito: el anuncio que Jesús hace a Pedro cuando le dice: Te llevarán adonde tú no quieras ir (Jn 21, 10). José, con su presteza, lo ha hecho regla de su vida: porque se halla preparado para dejarse conducir, aunque la dirección no sea la que él quiere.

Su vida entera es una historia de correspondencias de este tipo. Comenzó con la primera comunicación de las alturas: la del ángel al darle información sobre el secreto de la maternidad divina de María, el Misterio de la llegada del Mesías. De improviso, la idea que se había hecho de una vida discreta, sencilla y apacible, resulta trastornada cuando se siente incorporado a la venida de Dios entre los hombres. Muy pronto ha de saber lo que ello implica: que el nacimiento del Mesías no podrá suceder en Nazaret. Ha de partir para Belén, que es la ciudad de David; pero tampoco será en ella donde suceda: porque
los suyos no le acogieron (Jn 1, 11). Apunta ya la hora de la Cruz, porque el Señor ha de nacer en las afueras, en un establo.
Luego viene, tras la nueva comunicación del ángel, la salida de Egipto, donde ha de correr la suerte de los sin casa y sin patria.
Volverá, pero sin que hayan terminado los peligros. Más tarde sufrirá la dolorosa experiencia de los tres días durante los que Jesús está perdido (Lc 2, 46), días en los que el Señor ha desaparecido y se siente su vacío.
Y morirá por fin José sin haber visto manifestarse la misión de Jesús. En su silencio quedarán sepultados todos sus padecimientos y esperanzas. La vida de este hombre no ha sido la del que, pretendiendo realizarse a sí mismo, busca en sí solamente los recursos que necesita para hacer de su vida lo que quiere.
Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar adonde no quería.

No se ha guiado por un plan que hubiera concebido su intelecto, y decidido su voluntad, sino que, respondiendo a los deseos de Dios, ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Otro, la voluntad grandiosa del Altísimo. Pero es exactamente en esta íntegra renuncia de sí mismo donde el hombre se descubre.
Porque tal es la verdad: que solamente si sabemos perdernos, si nos damos, podremos encontrarnos. Cuando esto sucede, no es nuestra voluntad quien prevalece, sino ésa del Padre a la que Jesús se sometió:
No se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc 22, 42). Y, como entonces, se cumple lo que decimos en el Padrenuestro: Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo: es una parte del Cielo lo que hay en la tierra, porque en ésta se hace lo mismo que en el Cielo.

Fuente: Card. Joseph Ratzinger (S.S. Benedicto XVI), Extracto de la homilía pronunciada en el Oratorio de las Hnas. de la Madre Dolorosa, Roma, 19/03/92