Reglas para la lectura de la Biblia

Posted by: Nycticorax

Pantocrator 02(01)

Nunca se dirá bastante acerca de la Palabra de Dios, es por eso que a pesar de haber terminado el mes dedicado a las Sagradas Escrituras, queremos re abordar esta cuestión, pero desde un punto de vista más práctico. Pero antes citamos un párrafo del Sumo Pontífice sobre un aspecto importantísimo de la Biblia: “Como han afirmado los Padres sinodales, aparece con toda evidencia que el tema de la inspiración es decisivo para una adecuada aproximación a las Escrituras y para su correcta hermenéutica (interpretación), que se ha de hacer, a su vez, en el mismo Espíritu en el que ha sido escrita. Cuando se debilita nuestra atención a la inspiración, se corre el riesgo de leer la Escritura mas como un objeto de curiosidad histórica que como obra del Espíritu Santo, en la cual podemos escuchar la voz misma del Señor y conocer su presencia en la historia” (Exhortación Apost. Postsinodal Verbum Domini nº 19)
 
 
REGLAS PARA LEER CON FRUTO LAS ESCRITURAS (según el P. Severiano del Páramo)
      I.        Tomemos en nuestras manos la Biblia con amor conforme escribe San Jerónimo en una de sus cartas:
Ama las Santas Escrituras y te amará la Sabiduría (Ef. 130 PL 22, 1124). Además, ya que según San Pablo, toda la Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, convencer, corregir e instruir en la santidad (2 Tim. 3, 16-17), debemos leerla no para satisfacer nuestra curiosidad, sino para encontrar en ella el provecho de nuestra alma.
 
    II.        Antes de comenzar su lectura debemos dirigirnos a Dios por medio de una corta y fervorosa oración a Jesucristo el cual es el
único digno de abrirnos el divino libro y romper los sellos que le tienen como cerrado (Apoc. 5, 5 y 9).
 
   III.        Es necesario leer la Escritura con grande
humildad y con entera sumisión a la Iglesia, la cual es la que recibió de Jesucristo este sagrado depósito, y la única que puede darnos la verdadera inteligencia de una manera infalible, como enseña el Concilio de Trento, siguiendo la tradición.
 
  IV.       
Jesucristo es el grande objeto que siempre hemos de tener presente en la lectura de la Santa Biblia, si queremos alcanzar su recto sentido, como dice San Agustín (In Ps. 96).
 
   V.        No siempre se guarda en la Escritura
el orden de los tiempos; los Evangelistas y otros autores sagrados anticipan o posponen a veces la narración de un suceso, o hacen de él una recapitulación.
 
  VI.        Cuando Jesucristo, o los santos autores de los libros sagrados,
citan algún otro lugar de la Escritura, especialmente de los Profetas, sucede algunas veces que se halla la cita conforme a la sustancia o sentido de las palabras, mas no con lo material de éstas; y a veces se cita un solo profeta, aunque las palabras sean tomadas de varios.
 
 VII.        Debe tenerse presente que Dios no nos ha dado las Santas Escrituras para hacernos físicos o matemáticos, etc.; sino para hacernos
buenos cristianos. Por eso, algunas expresiones sobre el mundo físico que nos rodea, como sobre el movimiento del sol, no hay que entenderlas en riguroso sentido científico; expresan con ellas las apariencias externas de las cosas, como la significamos también nosotros al decir que el sol sale y se pone. Esta norma no ha de aplicarse a las narraciones históricas, en las cuales ha de creerse que el autor sagrado quiere contarnos la verdad, de no probarse por el contexto o por la tradición, que su propósito no fue contar historia verdadera, sino bajo su forma proponer una parábola o una alegoría, o darnos alguna enseñanza. Atendamos siempre en esta materia a lo que la Iglesia nos diga.
 
VIII.        Finalmente, hay en el Antiguo Testamento ciertos pasajes, cuya lectura sorprende a muchas almas cristianas: tales son, sobre todo, aquellos en que se nos cuentan
pecados gravísimos o enormes castigos que Dios enviaba a su mismo pueblo. Para entender estos pasajes hay que advertir, en primer lugar, que la Escritura nunca alaba las acciones pecaminosas; y si las cuenta, lo hace para que conozcamos la miseria y debilidad humanas; la misericordia de Dios, dispuesta a perdonar los más atroces crímenes, o su justicia castigándolos; y a veces también, como en el caso de David, para proponernos un ejemplo de penitencia. Los terribles castigos que Dios descargaba a veces sobre su pueblo, estaban bien merecidos por su infidelidad y dureza verdaderamente inconcebibles.
 
  IX.        Téngase sobre todo en cuenta, que nosotros, gracias a Jesucristo, que nos redimió, vivimos en un estado de mucha mayor perfección que aquél en que vivieron los más santos Patriarcas y Profetas, y que sobre las costumbres y moral del pueblo judío hubieron de influir a veces los pueblos idólatras de que se veía rodeado; y así, páginas que ahora impresionan más o menos al pudor cristiano no producían el mismo efecto a aquéllos para quienes fueron inmediatamente escritas. La rudeza y aspereza de costumbres de los pueblos primitivos explica, en parte, estas escenas que contrastan con la suavidad y dulzura de la ley evangélica. Su lectura puede, por lo tanto, servirnos para apreciar y agradecer los bienes inmensos que Jesucristo trajo al mundo con su doctrina.